- Enfrentar a malosos
- O hacerse tonto…
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Ricardo Ravelo Galo es reportero. 16 años en el semanario Proceso. Reportero de periodismo de investigación ahora en “El Universal”. Autor de una columna semanal denominada “Papel y tinta”. Ocho libros publicados, el último, “En las manos del narco”.
Especializado en los barones de la droga y la política de seguridad nacional, dice:
Ante la delincuencia organizada sólo hay tres caminos para los políticos, desde la Federación hasta los gobernadores, incluidos los presidentes municipales:
Uno. Entrarle duro y tupido al combate.
Dos. Hacerse pendejos.
Y tres. Pactar.
Y más ahora cuando al secretario de la Defensa Nacional le urge que los soldados (y también los marinos) regresen a los cuarteles.
La historia, no obstante, demuestra que los políticos y los mandos policiacos han apostado a la última posibilidad. Pactar. Negociar. Arrodillarse, pues, a cambio del billete fácil.
Ravelo, por ejemplo, publicó en “El Universal” su primer gran reportaje de periodismo de investigación el 27 de noviembre. La historia de Tomás Yarrington como gobernador de Tamaulipas. Con orden de aprehensión de la PGR y la DEA, agencia antinarcóticos de Estados Unidos, porque durante los seis años del mandato constitucional “dejó hacer y dejó pasar” a los narcos… a cambio de cuota millonaria.
En Veracruz, la crónica de las relaciones de los políticos con los narcos se resume de la siguiente manera:
Patricio Chirinos Calero. El capo José Albino Quintero Meraz, años después preso en Almoloya por delitos contra la salud (liberado ya), dueño y señor de Veracruz. Más aún, de la zona conurbada Veracruz-Boca del Río. Y de la carretera de sur a norte.
Miguel Alemán Velazco. Parte del sexenio, casi cuatro años, Quintero Meraz afianzado como el jefe capo. Incluso, hasta se convirtió en vecino de Alemán en el fraccionamiento “Costa de Oro” de Boca del Río. Fue atrapado por el comandante de la Zona Militar, Roberto Badillo, y encerrado en Almoloya.
Fidel Herrera Beltrán. Veracruz, en manos de los carteles.
Javier Duarte. Veracruz, en manos de otros carteles y cartelitos. Por vez primera en la historia local florece la protesta y la marcha pacífica. Varias ONG se integran. Todas buscando a sus hijos y familiares secuestrados, desaparecidos y asesinados. Veracruz se convierte en el paraíso de las fosas clandestinas. La impunidad como reina del poder público.
Peor tantito: los policías, filtrados por los sicarios. Por vez primera en la historia local aparecen delitos de lesa humanidad. Desapariciones forzadas, que consiste en policías secuestrando personas para entregarse a los malandros a cambio de una cuota millonaria.
Dice Ravelo:
Los políticos le entran a la lucha contra los malosos, se hacen tontos y/o pactan.
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Muchos, muchísimos alcaldes se han “cortado las venas” reclamando el pago de las participaciones y subsidios federales.
Ironías de la vida: unos políticos que han conocido “el monstruo por dentro” aseguran que un número considerable de presidentes municipales han preferido pactar con los malandros, antes de enfrentarlos con el poder constitucional que les fue conferido en las urnas.
Simple y llanamente, se “han hecho pendejos” como diría Ricardo Ravelo.
Lo peor: las versiones son de ediles que de pronto, y en nombre del poder y la patria, se han vuelto gasolineros y venden hasta gasolina robada, comprada, sin más, a “los chupa-ductos”.
Y, por añadidura, si los malandros son dueños de todos los negocios posibles (desde el secuestro exprés y formal y crímenes y asesinatos a sueldo hasta las extorsiones
telefónicas y el cobro del llamado “derecho de piso” y el negociazo de los migrantes y la prostitución), entonces, los alcaldes venden impunidad en sus territorios locales.
Estamos así ante la barbarie total y absoluto, porque todo estaría podrido en la pirámide del poder.
Hay cabeceras municipales y rurales donde, y por ejemplo, viven un Estado de Sitio, porque los malosos son dueños de la tranquilidad y la paz pública.
Apenas anochece, la población se concentra en sus casas y en las calles sólo se escucha el cascabeleo de las motocicletas tripuladas por los malos.
3
En el sexenio de Rafael Hernández Ochoa, 1974/1980, una familia salía al patio de su casa y levantaba verduras en su hortaliza privada para desayunar.
Luego iba al mar y/o al río para pescar y comer.
Y en la noche, salía de nuevo al patio para sacudir la planta de plátanos y cenar platanitos.
Ahora, se siembra droga.
“La siembra y trasiego de drogas por esta región no va a terminar” dice un empleado municipal al corresponsal de Proceso en Veracruz, Noé Zavaleta, en el número 2093, en reportaje intitulado “La matazón de Colombia Land: tiros de gracia a presuntos sicarios”.
Y si se añade que de un estado de paso para la circulación de la droga, Veracruz mudó en una entidad consumidora, entonces, la lucha en contra de la delincuencia organizada se antoja una pelea legendaria entre los héroes del bien y del mal.
Veracruz, cierto, es “la joya de la corona” electoral para ganar la presidencia de la república en cada proceso.
Pero al mismo tiempo, de un paraíso terrenal se volvió una sucursal del infierno, mejor dicho, el infierno tan temido.
Las salidas son expresadas con claridad por Ricardo Ravelo: el gobierno enfrenta a los malandros, se hace tonto o pacta.