Sin ningún género de duda la pandemia por COVID 19 con la consiguiente
cuarentena será el evento que defina la segunda década del siglo 21. Los efectos
del encierro y del distanciamiento social son escasamente aparentes y seguramente
cambiarán nuestro modo de vivir y el de nuestros hijos. Quienes hemos vivido y
sobrevivido a este evento hemos asistido a un acontecimiento histórico cuyos ecos
se reflejarán mucho después de que nosotros hayamos dejado de existir. Solo la
historia será capaz de juzgar, desde su asiento privilegiado de la retrospectiva, si
nuestra actuación fue la correcta. Aunque el panorama no es alentador: Ya voces
del tamaño de Robin Marantz Henig o Laurie Garret habían llamado la atención sobre
el deplorable estado de la preparación mundial para afrontar una crisis
epidemiológica de esta magnitud. Y no se refirieron únicamente a los países en
desarrollo, sino que criticaron a las potencias sanitarias del mundo. Tristemente
desoímos sus advertencias hasta que fue demasiado tarde. Y los resultados, hoy son
palpables. Enlutados por la pandemia nos preguntamos si las gestiones de nuestras
autoridades han sido suficientes para detener lo que, para muchos, fue un golpe a
su manera de vivir. A pesar de la vacunación y las medidas estamos lejos de
comprender el tamaño del impacto que tendrá en nuestras vidas. Nuestra
Universidad no ha estado exenta de esta conmoción, al contrario, como centro
neurálgico del entramado social ha sido afectada por las restricciones sanitarias y ha
marcado el ritmo al cual late la sociedad Veracruzana. Esta pandemia nos tomó
desprevenidos. Nos obligó a madurar como institución, a tomar decisiones
largamente aplazadas, nos mostró de una vez por todas que lo imposible puede
volverse cotidiano a velocidad vertiginosa. ¿Durante cuánto tiempo lidiamos con la
integración de las tecnologías de transmisión de la información en nuestras clases?
Y hoy en día ¿Quién no se ha capacitado a sí mismo como experto en clases a
distancia y evaluación en línea? Es en este el escenario en que la Universidad
Veracruzana se plantea el cambio de estafeta de quien rige a la máxima casa de
estudios del estado de Veracruz. En este momento nos sometemos al proceso de
elección de una nueva administración. Sin engañarnos, esta administración se
enfrenta a nuevos retos y desafíos, amén de los canónicos: la normalidad a la que
regresaremos nunca será ya la de antaño, sino que ha sido transformada. La
pandemia está lejos de ser domada y los pronósticos más esperanzadores hablan
de un control, más o menos efectivo. Los problemas que aquejaban al país no han
amainado, sino que arrecian con fuerza y encerrados como estamos no queda más
opción que afrontarlos. Sería risible si no fuera imposible pretender que el regreso
a la normalidad sería un retorno al sistema educativo pre-pandemia. Con qué
argumento atrincherarnos en una rancia insistencia en el tipo de educación
tradicional cuando tuvimos oportunidad de presenciar la completa reorganización de
uno de los que fue considerado pilar fundamental del sistema educativo: su
presencialidad. Cómo volver a ese coqueteo con la tecnología educativa, en la forma
de tecnologías de la información, simuladores, integración tecnológica, cuando hoy
la tecnología se ha transformado en el puente que nos permite continuar donde en
otros tiempos hubiéramos tenido que desistir completamente. Cómo volver a nuestra
burbuja universitaria cuando afuera el mundo clama por nuestra intervención,
nuestro consejo, nuestro consuelo. Hoy más que nunca nos damos cuenta de que
habíamos construido un agradable y complaciente coto privado en el que podíamos
ignorar felizmente los acontecimientos del planeta, podíamos ser ajenos al mundo
enfrascados en el delicioso quehacer académico. Pero ya no, el velo se ha rasgado
y la realidad entra hasta nuestras habitaciones a través de esa ventana brillante, ese
espejo negro que nos observa tanto como nosotros a él. Cómo negar, como se
acostumbró hasta hace muy poco, que en el seno de nuestra Universidad se cultivan
costumbres del todo contrarias a nuestro espíritu. Quién podría pretender que la
Universidad en su conjunto es el espacio seguro que debería ser cuando no hemos
podido alcanzar, ya no digamos la justicia o la equidad, sino la simple paridad. Arte,
ciencia y luz reza nuestro lema ¿Verdaderamente hemos sido esa luz para nuestro
estado? ¿Hemos podido ser el ejemplo de construcción de espacios donde los
géneros puedan encontrarse en igualdad de condiciones, oportunidades y
circunstancias? La pregunta que todos se hacen, que recorre nuestros pasillos es un
simple ¿quién?. Para mí es claro que quien pretenda capitanear esta Universidad en
momentos tan decisivos debe de cumplir una serie de características, pero entre
todas destaca que debe ser uno de nosotros. Alguien cuyo principal interés sea
académico, alguien que conozca la célula fundamental de la Universidad que es la
clase frente a grupo. Debe ser alguien conocido dentro y fuera de la Universidad
que sepa alcanzar acuerdos y que sepa cómo integrar a la Universidad a la sociedad
a la que le debemos todo. Debe ser, además, alguien que haya alzado la voz contra
la discriminación, contra el acoso, alguien que entienda la angustia, el enojo y la
frustración de ser mujer en este México al que le cuesta la igualdad. Debo confesar,
que, a mí, solo me viene una persona a la mente cuando escucho ese quién, la Dra.
Beatriz Lira Rocas.
Dra. Juana Elisa Escalante Vega
Académico de la Universidad Veracruzana