Según la Secretaría de Seguridad Pública existen casi 70 grupos pandilleriles en las diversas colonias de la ciudad; según la Comisión de Seguridad Pública del Ayuntamiento de Xalapa nomás son 30; pero sean el número que sean, sus actividades amenazan la vida productiva y social de los xalapeños. El pasado lunes, como ejemplo claro del riesgo que se corre en los barrios de la periferia, un grupo de estos atacó a un joven en la colonia Higueras y, a puñaladas, le arrancó la vida. Tenía apenas 19 años.
El pandillerismo es un fenómeno social que requiere, sin duda, más acciones preventivas que correctivas, pues obedece a la ruptura del tejido social, pero sobre todo a la falta de oportunidades para estudiar, a la falta de empleos dignos y bien remunerados, al abandono del gobierno, en todos sus niveles, y a la marginación de la cual es muy difícil salir.
El pandillerismo, visto como una actividad delictiva, porque las pandillas también pueden conformarse para hacer algo bueno por su entorno, es un caldo de cultivo para el delito de alto impacto, en donde los grupos delincuenciales que se dedican al trasiego de droga, al secuestro y a la extorsión, encuentran carne de cañón para acrecentar sus filas. No es raro, al leer las noticias en el periódico, o al verlas en la televisión, que cuando la policía captura a alguna banda delictiva entre sus integrantes se encuentren menores de edad, mismos a los que el sistema penitenciario no alcanza, por ser meramente punitivo, a reformar.
Y mientras el gobierno, de manera poco eficiente, trata de solucionar el problema aumentando la vigilancia (otra vez reaccionando y no previniendo), el fenómeno de las pandillas crece, en número y en violencia, volviéndose una verdadera amenaza para la paz pública y para el desarrollo social y económico.
A los rondines policiacos y a los grupos de vecinos vigilantes les hace falta un ingrediente reintegrador para todos esos muchachos que conforman las pandillas, pues estigmatizarlos y acosarlos es sólo acelerar su paso a las filas delincuenciales.
Hoy lamentablemente una familia se encuentra de luto, una vida joven se ha desperdiciado y el problema persiste y aumenta cada día, por lo que urge que el gobierno empiece a mirar el asunto desde otra perspectiva, activando programas sociales que sirvan para mejorar las condiciones de vida de las personas que viven en la marginación, pero no con el paternalismo electorero de siempre, sino fortaleciendo la economía y brindando mejores expectativas de vida para todas las personas. No podemos seguir dejando que el llamado capital demográfico, jóvenes en edad productiva, engrosen las filas del crimen o atiborren los centros reformatorios y las cárceles.
Alejandro Hernández y Hernández
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