POR ALEJANDRO HERNÁNDEZ
La Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos- Desaparecidos (FEDEFAM), declaró el 30 de agosto como el Día Internacional del Detenido Desaparecido. En Xalapa algunos grupos de activistas se unieron a esa conmemoración el En México, a pesar de no vivirse una persecución política como tal, existen muchas personas que han desaparecido o están presas por sus ideas políticas, entre ellas se encuentran luchadores sociales y también muchos periodistas.
En nuestro país la libre exposición de ideas contrarias a los sistemas políticos o del poder es motivo de persecución, hostigamiento y, no en pocos casos, de desapariciones forzadas. Y a la par de la persecución política surge también la persecución por parte de grupos de la delincuencia organizada, mismos que controlan negocios ilegales, trata de personas y coadyuvan con los grupos del poder político y económico de las regiones donde se asientan.
Así entonces, dicen organismos internacionales: “el asesinato de la persona víctima de desaparición forzada, frecuentemente tras un cautiverio con torturas en un paradero oculto, pretende favorecer deliberadamente la impunidad de los responsables, que actúan con el fin de intimidar o aterrorizar a la comunidad o colectivo social al que pertenece la persona.”
El secuestro es un crimen que lesiona no sólo a quien es desaparecido, sino a toda su familia de un modo terrible, no por nada las desapariciones forzadas son consideradas por los derechos humanos internacionales como crímenes de lesa humanidad.
La desaparición de un familiar es un dolor que no cesa, una herida que no cicatriza, un duelo que nunca se termina. He conocido personas que han perdido a alguno de sus familiares de ese modo y su zozobra es diaria, quizá se mitiga con el tiempo pero nunca acaba y, de cuando en cuando, por alguna noticia o una pista —falsa la mayoría de las veces—, revive para atormentarlas de nuevo como el primer día.
Y mientras eso ocurre las autoridades policiacas, los políticos y el propio gobierno en todos sus niveles, insisten en menospreciar las estadísticas, en negar el problema, en minimizar los hechos acallando a la prensa, comprándola o persiguiendo, también, a los periodistas que se atreven a denunciar lo que verdaderamente ocurre. Es por eso que existe una falsa percepción de que los delitos de ese tipo, luego de un tiempo, parecen disminuir, cuando lo que en realidad ocurre es que se dejan de hacer públicos.
Y con ese silencio, aparentemente salvador, todos nos volvemos cómplices por omisión. Lo lamentable es que callar no nos vacuna contra nada, pues nadie parece estar a salvo de ser víctima de ese delito. Lamentable lo que sucede en el mundo.
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