Sepultan cachitos de dos hermanos desaparecidos

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  • «El Fiscal me entregó los restos de mis hijos en dos bolsas negras. Pero no sabía quién era Remigio y quién Ernesto» 
  • 167 días secuestrados y volvieron a casa…en cachitos, porque los malosos así los dejaron en el Veracruz turbulento
  • En Cuitláhuac están amenazados de muerte «y queremos salir de aquí» cuentan los padres afligidos 
  • Jóvenes y campesinos, los más afectados. «Ni uno como sacerdote se siente seguro» dice Julián Verónica

 

Crónica de Miguel Ángel León Carmona/blog.expediente.mx

 

CUITLÁHUAC, Veracruz.- “Cuando llegué a la Fiscalía me entregaron a mis hijos en dos bolsas negras. Pero no distinguía quién era Remigio y quien era Ernesto. Les tuvieron que pegar un número para poder meterlos a cada uno en su ataúd” comparte don Ernesto Díaz Medel, quien se limpia el sudor de la frente, luego de haber cubierto de tierra los nichos de sus dos finados.

Pasaron 167 días desde la desaparición forzada de los hermanos Ernesto y Remigio Díaz Parraguirre. Finalmente sus padres, esposas e hijos los ven entrar por la puerta donde soñaron tantas noches; juntos, como anhelaba la madre. Sin embargo, descendieron de una carroza fúnebre. Vueltos polvo. Víctimas de las llamas que ardieron en un crematorio de cañaverales.

El escenario funesto ya se había instalado el pasado 15 de diciembre de 2015, dos meses atrás, pues el fiscal de Tierra Blanca, Marco Favio Zavala, se comprometió a entregar los restos en menos de 24 horas, luego de haber reconocido los padres las osamentas de sus descendientes, sobre una plancha gélida en el Servicio Médico Forense.

“Incluso me mandó a comprar los cajas y a pagar al panteón para poder cavar las tumbas. Aquella vez hicimos chocolate, pambazos y tamales. Todo se echó a perder. Los hoyos hasta ya se iban llenando de maleza porque no se ocupaban… Pero bueno, finalmente nos los dieron”, comparte resignado don Ernesto Medel, mientras limpia el lodo panteonero de sus botas.

En una habitación, de paredes azules y techo de lámina, los dos féretros son resguardados por veladoras aromáticas, claveles blancos y rosas rojas. Hay llanto en las cuatro esquinas. Doña Edna Parraguirre Gutiérrez, santigua y se dirige a las cenizas de sus muchachos: “Ya están conmigo, hijos. Ahora sé a dónde van a descansar, a donde podré llevarles flores”.

Los presentes, apenas se atreven a dar el pésame. Las señoras rezan, mientras de reojo observan a la madre lamentarse. Los hombres tienden sus manos campesinas y se solidarizan con don Ernesto. “Ánimo, estamos contigo”, luego suena una fuerte palmada sobre su espalda.

El reloj indica las 16 horas con 15 minutos, la madre alista su chal color negro y da la orden de salir en procesión sobre la carretera federal Córdoba-La Boticaria. Las osamentas son nuevamente retiradas de su hogar para darles el consuelo eclesiástico y después ser llevados al cementerio.

Normalmente un ataúd es sostenido entre seis personas. En esta ocasión trasladan a los restos entre cuatro, todos con una mano sostienen las habitaciones de cedro. No pesan, cenizas son. La multitud avanza entre cánticos dolosos. Mientras trailers de doble y triple remolque arrojan polvo y bagazo de frutas a la gente, mientras aceleran sin respeto a más de 90 kilómetros por hora.hermanos5

Así avanzan familiares y conocidos, diez cuadras hasta la Parroquia San Francisco, de la comunidad de Mata Clara, Cuitláhuac. Algunos vecinos se unen al momento de dolor y levantan sus sombreros de cuero, solidarios. El padre, al frente de la procesión, contextualiza al reportero que le acompaña: “Mira, al señor de allá también le desaparecieron a su hijo. Pagó dos millones de pesos; pero nunca se lo regresaron. Si usted se quedara más tiempo por acá se iría sorprendido”, comenta mientras consume un cigarrillo marca Delicados.

“POLVO ERES Y AL POLVO SERÁS TORNADO”

“Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también el Señor los perdonará”. Fue la parte medular en el sermón del párroco de la localidad, Gabriel Vela Munguía, quien ofició la misa en menos de 20 minutos y roció agua bendita con un muñequeo veloz”. Se ignora si la prontitud de la ceremonia se derivó del miedo que habita en Cuitláhuac, Veracruz.

Según el sacerdote de Amatlán de los Reyes, Julián Andrés Verónica Fernández, “Ya nadie está exento de la inseguridad en la región. Los jóvenes y campesinos son los principales afectados. Asaltos, secuestros, desapariciones y homicidios. Ni uno como sacerdote se siente seguro. Es momento de reunirse como pueblo y hacer lo que al gobierno se le olvida”.

Los llantos de las viudas comienzan a desatarse. Los huérfanos se asustan con los quejidos de sus madres. El contingente, después de la celebración católica, avanza unos 300 metros hasta el panteón de la localidad José Rosas Cid; el hogar eterno de los hermanos Díaz Parraguirre.

El cemento y la gravilla se mezclan con aguas negras. Los familiares rodean los nichos y apenas se mantienen de pie, lacerados por la doble pérdida. El momento de murmullos, es violentado por Selomit Díaz Rojas, de 18 años, hija de Remigio Díaz Parraguirre, quien desprende gritos que resuenan en todo el camposanto: ¿Por qué me dejaste, papá? ¡No quiero estar solita! ¡Regresa!, sus familiares piden respeto a las cámaras fotográficas e impiden capturar la escena.

La gente se paraliza ante el llanto efusivo y la joven rasga el desmayo. La controlan con algodones bañados en alcohol. Por su parte, los cuatro hijos más pequeños piden irse del lugar. Tienen miedo. Las madres piden que obsequien los últimos cinco minutos a sus padres. Que se hagan fuertes otro ratito.

¿A dónde se llevan a mi papito, mami? ¿Por qué le echan tierra?, pregunta el huérfano de 10 años. “Al cielo, mi vida. Échale tu foto donde sales con tus hermanitos. El infante la arroja con inocencia y cae sobre la pared de cedro. El marco queda con el frente al cielo y se impregna de agua bendita. La viuda comparte que la imagen fue capturada por su esposo, la última vez que salieron de paseo. “Es la que tuvo en su perfil de WhatsApp, con esa se fue”.

La cónyuge, Evelin Coral Martínez Pérez, emite el último adiós solloza, tratando de guardar la calma “Cuídanos desde allá, Reme. No dejes a tus hijos. No permitas que también nos maten”.

Doña María Edna Parraguirre se deprime ante la petición de su nuera y se refugia en brazos de familiares y antes de ver a sus dos hijos cubiertos de arena negra, suelta su última preocupación: “No quiero quedarme sola, no quiero. A dos hijos los tengo lejos, en los Estados Unidos, y a ustedes ya me los mataron. ¿Por qué, Dios mío?”.

IMG_6865Detrás de la multitud, entretenidos con las plantas verdes, Dieguito Díaz, de 4 años, le pregunta a su primo, Alex Díaz: ¿Oye, tu papá es al que enterraron, verdad?, Si, contesta el pequeño de diez años. “Ah pues al mío también lo mataron”. Así da por terminado el cotejo fúnebre. Las nubes grisáceas indican que la noche está próxima, las aves de rapiña rondan cada vez más cerca de los suelos santos. “Vámonos, dicta don Ernesto”.

Los acompañantes se desplazan hasta el sitio donde se efectuarán los novenarios. La madre implora que el primer rosario se realice hasta el día siguiente. “Estamos, cansados. Espero nos entiendan”. Doña María Edna no sólo se refiere al cansancio de un día; haciendo trámites en Xalapa, Veracruz, sino a los cinco meses sin poder dar con el paradero de los suyos.

“ESTAMOS AMENAZADAS DE MUERTE, QUEREMOS SALIR DE AQUÍ”

“Me amenazaron vía telefónica. Que ya me tienen ubicada, a mí y a mis hijos. Yo reporté las llamadas y hasta cambié de número, tenemos mucho miedo. Suplicamos un asilo político, no podemos seguir viviendo por acá”. Declara, temblorosa, Evelin Coral Martínez Pérez, viuda de Remigio Díaz Parraguirre, quien ahora se hace cargo de dos pequeños, Alex y Renata Díaz Martínez, de 3 y 6 años.

“A mí me llamaron los malosos a las 6 de la tarde, al otro día que desaparecieron a los muchachos. “Ya no busques más a tu marido, pendeja, porque ya está muerto. Pronto lo vas a encontrar”. Fue la advertencia desde el celular de Ernesto Rafael Díaz Parraguirre a la casa de su esposa, Josefina del Valle Tapia, madre de Diego Ernesto y Denisse Díaz del Valle, de 1 y 4 años, respectivamente.

Son los daños colaterales que Marcela Turati manifiesta en su libro Fuego Cruzado: hogares deshabitados. Se fueron las comodidades, las salidas de fin de semana, los doctores y las escuelas particulares. Las viudas viven con lo necesario para sobrevivir. No hay descanso para ellas, para reponerse. Deben trabajar el doble para mantener a los huérfanos de la inseguridad en Veracruz.

Por su parte, los padres se darán tiempo para asimilar la doble pérdida. Doña María Edna Parraguirre Gutiérrez no dejará el Colectivo Solecito – Córdoba: “Todavía hay muchos que quieren ser enterrados” advierte.

El padre, Ernesto Díaz Medel seguirá cimbrando el hacha y la guadaña en los campos de caña, mientras los tiznes de zafra le recuerdan las tierras donde a sus hijos les dieron fin, donde los quemaron hasta los huesos.