‘Entre lo místico y lo científico’: el auge de las obras de Remedios Varo.

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En los años cincuenta y sesenta, representó a mujeres, artistas y pensadoras en intrincados lienzos oníricos que ahora se cotizan a precios elevados.

Este texto forma parte de Overlooked, una serie de obituarios sobre personas notables cuyas muertes, a partir de 1851, no fueron publicadas en el Times.

En el comienzo de la novela posmoderna de Thomas Pynchon La subasta del lote 49 (1965), las lágrimas corren por el rostro de su protagonista, Oedipa Maas, mientras contempla un cuadro surrealista de “varias chicas frágiles con rostros en forma de corazón” que parecen estar “prisioneras en la habitación superior de una torre circular”. Las chicas están bordando una especie de tapiz que sale por las ventanas.

La escena es ficticia, pero la obra no lo es: se trata de “Bordando el manto terrestre” (1961), Remedios Varo, una pintora española que emigró a Ciudad de México durante la Segunda Guerra Mundial.En sus cuadros, elaborados y a menudo alegóricos, Varo representaba a colegialas de internado que se embarcaban en extrañas aventuras; figuras andróginas y ascéticas absortas en descubrimientos científicos, musicales o artísticos; y mujeres solitarias —algunas de las cuales se parecían a la esbelta y llamativa Varo— que vivían una experiencia trascendental. Su estilo recuerda al arte renacentista por su exquisita precisión, pero sus pinturas oníricas tienen un tono de otro mundo.

Esas obras suelen tener un tema común: la búsqueda de un estado de conciencia superior.

En su biografía, Viajes inesperados. El arte y la vida de Remedios Varo (1988), la historiadora del arte Janet A. Kaplan sugirió que gran parte del poder de Varo provenía de su fuerza como narradora. “Sus atractivos personajes y escenarios estaban diseñados para atraer a los espectadores a sus curiosas narraciones”, escribió.

Aunque Varo tuvo éxito en vida, es ahora, casi 60 años después de su muerte, cuando la fama de esta misteriosa artista está alcanzando su cenit. En junio de 2020, el cuadro de Varo de 1956 “Armonía (Autorretrato sugerente)” se vendió en una subasta de Sotheby’s por 6,2 millones de dólares, el segundo precio más alto jamás alcanzado por una artista latinoamericana, según Sotheby’s. (Un cuadro de la artista mexicana Frida Kahlo se vendió por ocho millones de dólares en 2016).

María de los Remedios Alicia Rodriga Varo y Uranga nació el 16 de diciembre de 1908 en Anglès, un pequeño pueblo del noreste de España. Su padre, Rodrigo Varo y Zejalvo, ingeniero hidráulico, le enseñó dibujo mecánico y fomentó su interés por el arte y la ciencia. Su madre, Ignacia Uranga y Bergareche, una devota católica de la región vasca, le puso el nombre de María por la Virgen de los Remedios y por una hermana mayor que murió antes de que Varo naciera.A los 8 años, después de que su familia se trasladara a Madrid, María fue enviada a una estricta escuela católica para niñas, donde se evadió con libros de aventuras de Julio Verne y Alejandro Dumas. Las rígidas rutinas escolares —sesiones de oración, confesiones, costura en grupo y cosas por el estilo— la impresionaron tanto que servirían de base para algunas de sus obras más famosas (“Bordando el manto terrestre”, el segundo panel de un tríptico, es solo una de ellas).

Varo pintó sus primeros cuadros a los 12 años. Un cuaderno de bocetos con retratos de miembros de su familia demostró su habilidad para captar el parecido. A los 15 años fue aceptada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, donde habían estudiado Pablo Picasso y Salvador Dalí. Se graduó en 1930.

Durante la siguiente década vivió entre París y Barcelona, donde se movió en círculos bohemios, vanguardistas y surrealistas. En 1937, su obra aparece en publicaciones surrealistas y en exposiciones internacionales en Londres, Tokio, París, Ámsterdam y Ciudad de México.

Tras la ocupación alemana de París en junio de 1940, huyó al sur de Francia con su pareja de entonces, el poeta surrealista francés Benjamin Péret, llegando a Marsella, donde se habían reunido otros artistas e intelectuales. La pareja acabó viajando a Casablanca, en Marruecos, y más tarde embarcó en un abarrotado transatlántico portugués con destino a México, donde fueron aceptados como refugiados políticos.

La experiencia de tener que huir se reflejó en sus pinturas donde plasmó a personas en tránsito —navegando en embarcaciones precarias, vagando por los bosques, montando en bicicleta por la ciudad o bajando escaleras—, y con expresiones contemplativas.

“Al igual que otros artistas que tuvieron que vivir y crear bajo coacción, creo que su lenguaje pictórico es muy rico y está lleno de mitología y símbolos”, dijo en entrevista telefónica Emmanuel Di Donna, un comerciante de arte que incluyó la obra de Varo en su muestra de 2019 Surrealism in Mexico.Varo viviría en México el resto de su vida, con la excepción de un año en Venezuela.

Realizó su mejor obra —fantasiosa, inquietante, personal y metafórica— en los años cincuenta y principios de los sesenta en Ciudad de México. Allí formó un círculo de amigos artistas exiliados, entre los que se encontraban la fotógrafa surrealista húngara Kati Horna, el artista surrealista austriaco Wolfgang Paalen y la pintora surrealista británica Leonora Carrington, con quienes encontró camaradería y compartió ideas.

“Varo y Carrington se veían casi todos los días, ya sea al mediodía para ir al mercado o más tarde por la noche para cenar, y discutían sobre lo que estaban trabajando”, dijo Wendi Norris, que organizó Indelible Fables, una exposición individual de la obra de Varo, en su galería de San Francisco en 2012. “Creo que muchas de sus narrativas nacieron de estas conversaciones que mantuvieron”.

Norris dijo que ambas habían trabajado con ideas similares — analizando las teorías del psicoanalista Carl Jung y de los filósofos místicos George Gurdjieff y P. D. Ouspensky—, pero que las manifestaban de formas diferentes. Mientras Carrington era libre en su pintura, Varo era rigurosa.

“Su precisión —las pinceladas únicas y la forma en que diluía la pintura para conseguir un efecto de capas brillantes— es más que magistral”, dijo Norris por teléfono.

A Varo le interesaba la proporción y la escala, como a su padre, y hacía bocetos preliminares con mucho cuidado. A veces tardaba meses en completar una sola pequeña pintura.

“Era muy deliberada”, dijo Norris, “y, en cierto modo, paciente”.

Varo participaba en talleres de concienciación basados en las enseñanzas de Gurdjieff, una experiencia que le permitía explotar su imaginación más profunda, dijo Tere Arcq, una curadora independiente que montó una retrospectiva del centenario de la obra de Varo en 2008 para el Museo de Arte Moderno de Ciudad de México. Los participantes en el taller podían concentrarse durante seis horas seguidas en un objeto inanimado, como una silla de madera, centrándose en la vida que había existido dentro del objeto, dijo Arcq. La madera de la silla, por ejemplo, procedía de un árbol, y el árbol había estado vivo alguna vez.Varo, que ya tenía más de 40 años, dio el salto a la fama con una exposición colectiva en 1955, en la que mostraba cuadros que trataban del subconsciente, lo místico y lo metafísico; en muchos de ellos, la protagonista se parecía a Varo.

Le interesaban el tarot, la astrología y la alquimia, que compaginaba con su amor por la ciencia, en particular por la geología, según explicó Arcq en una entrevista. El trabajo de Varo fusionaba estos intereses.

“Intentaba encontrar la intersección entre lo místico y lo científico”, dijo Arcq.

En el cuadro de Varo “Armonía” (1956), una persona (puede ser un hombre o una mujer) se sienta en un escritorio en una habitación cavernosa, ensartando objetos como cristales, plantas, figuras geométricas y trozos de papel con fórmulas matemáticas en un pentagrama musical que parece un ábaco o un telar. De las paredes parecen salir figuras que se asemejan a musas. La persona, escribió Varo en una nota dirigida a su familia, “está tratando de encontrar el hilo invisible que une todas las cosas”.

Para ese entonces vivía con Walter Gruen, un austriaco exiliado propietario de una popular tienda de discos de música clásica. Él creyó en el talento de Varo y la animó a dedicarse de lleno a la pintura.

Varo realizó su primera gran exposición individual en Ciudad de México en 1956. Fue un éxito entre la crítica y los coleccionistas, así como con el célebre muralista mexicano Diego Rivera, quien fue citado diciendo que Varo estaba “entre las mujeres artistas más importantes del mundo”. Su segunda exposición individual, en 1962, también tuvo éxito.

Varo murió de un ataque al corazón el 8 de octubre de 1963. Tenía 54 años. Gruen se convirtió en un incansable defensor de su obra y su legado, y en 1971 una retrospectiva póstuma en el Museo de Arte Moderno de México atrajo a multitudes.

El valor de la obra de Varo se ha disparado en los últimos años, en gran parte debido a su rareza, calidad e impactantes imágenes.“Tiene un efecto mágico”, dijo Norris. “Hay un resplandor y una luz en su obra, muy parecida a la que se ve en una gran pintura del Renacimiento”.

Tomado de: NYTimes