Acampados desde hace 45 días esperan a hijos desaparecidos

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desaparecidos tierra blanca

  • El padre de un joven levantado por elementos policiacos, todos de Playa Vicente, se ha fumado 1,540 cigarros en la cardiaca agonía y toma quince tazas de café al día 
  • Nueve personas, día y noche, en la agencia del MP en Tierra Blanca desde el 11 de enero
  • Una regadera para todos 
  • A control remoto manejan sus changarros en Playa Vicente 
  • Se apoyan para comer 
  • Un ejército de moscos mortifica la vida en las noches, y más porque duermen casi casi al aire libre, sobre colchonetas tiradas al piso 

 

Crónica de Miguel Ángel León Carmona 

Tierra Blanca, Veracruz

blog.expediente.mx

 

A las 5 horas con 15 minutos, don Bernardo Benítez Herrera se levanta de la colchoneta donde duerme desde hace 44 días, cuando policías estatales raptaron a su hijo. El hombre arrastra sus sandalias hasta una cafetera instalada en el ministerio público de Tierra Blanca y sirve seis cucharadas de Café Colón. Enciende un cigarrillo Marlboro Rojo, el primero de los 35 que consume en el día. De los 1540 que ha inhalado desde que inició la múltiple tragedia.

“¿Qué otra cosa puedo hacer? Se debe matar el tiempo estando aquí. Esperando a que esto termine. No pienso moverme. No señor”. Luego de beber las primeras tres tazas cafeteras, de las quince que sorbe, además de leer los diarios en su computadora portátil y analizar las noticias de los cinco jóvenes de Playa Vicente, se dirige al baño compartido por quince personas.

Sigiloso, toma su toalla, sus ropas delineadas que su esposa plancha cada noche sobre un escritorio abandonado, junto al Cuarto de Indicios de la dependencia estatal. Don Bernardo es el primero en despertar y el primero en bañarse. Al terminar, el amanecer ya comienza a vislumbrarse. Y la rutina comienza para los demás padres victimizados, a las 7:00 horas.

La única regadera eléctrica disponible, adaptada por los mismos padres, la comparten 10  personas: nueve familiares de desaparecidos y un reportero. A las nueve de la mañana el baño se desocupa y la decena de acampantes inician sus labores:

A las madres, Carmen Garibo Maciel y Dionisia Sánchez Mora, las llevan al mercado de Tierra Blanca por rosas rojas, nubes blancas y margaritas amarillas, así como veladoras de San Judas, La Virgen de Guadalupe y El Señor de la Misericordia, los seres celestiales a los que se encomiendan, desde el día en que su fe hacia las autoridades estatales se agotó.

Por su parte, Columba Arroniz González y Gloria de la O Santos, se encargan de servir el desayuno: casamiento, frijoles machacados revueltos con carne de cerdo y chicharrón, huevo con chorizo y plátanos cocidos, que la gente de Playa Vicente y Tierra Blanca comparten desde el inicio del plantón. “No quisiéramos que se vayan, desde que los señores están aquí la ciudad está más vigilada. Cooperamos para que no se rindan” comparte una visitante terrablanquense.

Por su parte, don José Benítez platica con tres de sus empleados que vienen a visitarlo y a rendirle reportes de su rancho. “A las vacas les dimos sal para que no se nos enfermen”, entre la plática, el reportero aprende que esos animales, a falta de minerales, optan por tragar piedras y mueren.

Los alimentos entonces son compartidos. Una que otra broma ameniza la inquietante espera de respuestas sobre los desaparecidos. Las 10 horas con 30 minutos marca el reloj, mientras la temperatura en la ciudad llamada La Novia del Sol ya ronda los 30 grados. La humedad y el calor liberan los líquidos del cuerpo y los olores de drenaje se escapan desde las fétidas alcantarillas.

Los moscos asedian a doña Columba, mientras recoge los desperdicios de comida y los comparte a un perro llamado Oso, al que los padres han librado del raquitismo desde su llegada al ministerio público. Don Bernardo atiende las llamadas de la prensa, con una mano toma el móvil y con la otra fuma su cuarto, quinto y sexto cigarrillo de la tanda diaria.

Carlos Benítez, el hermano del desaparecido, Bernardo Benítez Arróniz, decide refugiarse en su cama a la que llama King Size: cuatro colchonetas unidas por mecates que hace más grande su espacio de descanso, además el piso violenta menos su cuerpo. Ahí el joven nubla los pensamientos lúgubres sobre su hermano y juega Preguntados y Candy Crush en su celular.

Doña Gloria barre el estacionamiento donde ahora vive con su esposo. Las señoras Carmen y Dionisia, “Nicha”, como la conocen sus amistades, terminan de arreglar el altar de sus hijos, tiran las flores marchitas y decoran el santuario donde se aprecian las cinco fotografías de los suyos.

Acto seguido, doña Carmen se dirige al lavadero y friega los trastos sucios, mientras doña Nicha hace guardia en la ofrenda; reza en silencio y de vez en cuando desprende lágrimas: “Ya no sé qué invertirle a mi nietecita, seguido me llama y me pregunta por su papi. Yo le digo que está trabajando y ella me dice que cuando regrese a Playa, me lo lleve también, que no se me olvide”.

Así las horas se van consumiendo, al igual que los cigarrillos de don Bernardo, unas 14 colillas se han tirado al cesto de basura para entonces. La impaciencia de los presentes se ve mermada por los 32 grados que ya se filtran bajo el techo de lámina del inmueble.

Son diez mismos rostros que han compartido casa y desgracia durante 44 días. Nadie sale a la calle sin reportarle a la Guardia Civil, pues allá afuera las amenazas pueden ejecutarse. Algo parecido al encierro de una prisión, pero en este caso los padres no planean salir hasta que sus hijos sean regresados, aseguran en unanimidad.

Las madres llaman a comer a las 15: 00 horas, el menú del día es chileatole; caldo rojo con elote y carne de res, chiles rellenos capeados con huevo y picadillo, arroz y agua de jamaica; alimentos que prepara la abuela de Bernardo Benítez Arróniz y José Benítez de la O, viuda del tres veces alcalde de Playa Vicente, Manuel Benítez Sánchez, plagiado por los malosos y jamás devuelto.

La señora Hilda Herrera confiesa entre llantos que no podrá superar una posible muerte de sus nietos: “Serían tres, joven, es muy duro, ¿por qué la gente se aferra en arruinarnos la vida? ¿Por qué a nosotros?” Llora mientras se cuestiona y prefiere sentarse para recuperar el ánimo.

Una vez terminada la comida, los presentes gastan el tiempo en más labores: don José Benítez se desespera por el molestar que le provocan los moscos, se monta a la espalda una bomba  fumigadora y rocía el estacionamiento del M.P. Los vecinos aseguran: “Aquí nunca se atendía a la gente, ahora fumigar, menos… Los padres pusieron a trabajar a estas personas”.

A las 19: 00 horas, Columba Arróniz, llama a las otras tres madres al rosario de todos los días. Las señoras cierran sus libros, dejan a un lado el esmalte de uñas o las fotografías de sus desaparecidos y asisten a la intercesión frente al altar.

Don José aprovecha para tomar una siesta. Carlos Benítez, pasa de la pantalla del celular a la televisión. Don Bernardo, pensativo, se distrae en su ejercicio del humo. Para las 19:00 horas la primera cajetilla con 20 cigarrillos se ha terminado. El reportero entonces le cuestiona sobre su pasatiempo. El mismo de los escritores, George Orwell y Ernest Hemingway.

“Empecé a fumar cigarros Raleigh a los 12 años, los mismos que mi padre. En la Universidad cambié por los Baronet, eran económicos, pero ya sabes, como chamaco me gustaba presumir y los disfrazaba en una cajetilla de Marlboro. Por lo regular fumo una cajetilla, pero bueno, después de lo de mi hijo no encuentro otra distracción aquí, supongo que es la pinche ansiedad”.

En la charla se recuerdan a grandes hombres que han sido relacionados con el cigarrillo, por ejemplo, Sigmund Freud fumó desde los 20 años, primero tabaco y luego cigarrillos, de los cuales fumaba 20 por día; quince menos que Bernardo Benítez.

Freud, a pesar de los consejos médicos, decía que el cigarrillo aumentaba su productividad. En 1923 se le encontró un cáncer de boca que lo llevó a una cirugía donde se le extirpó parte de la mandíbula. Pese a su estado de salud, nunca dejó de fumar. Don Bernardo tampoco disminuirá su dosis de humo hasta que el problema en que se ve envuelto termine.

Adolfo López Mateos, a consecuencia de intensos dolores en la cabeza provocados por su aneurisma, se encerraba en su oficina a fumar numerosas cantidades de cigarrillos para mitigar sus malestares. Los historiadores aseguran que cuando se encerraba le decía a su entonces secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz: “Ahí te encargo el changarrito”.

De igual manera, Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, conocido como Juan Rulfo, autor de Pedro Páramo y El Llano en Llamas, sobreviviente de la Rebelión Cristera, durante sus entrevistas también incineraba cigarrillos al por mayor en los programas que era invitado, prueba de ello, en el programa A Fondo, en la Radio Televisión España.

Don Bernardo, Benítez va en el número 30 de su cuenta diaria. Voltea a su alrededor y ve los mismos rostros amargos, pensando sobre el paradero sus hijos. Caminan de un lado a otro. El reloj ya marca las 21: 00 horas. Los ánimos parecen apagarse. Otro día sin noticias.

El padre está próximo a acostarse, llega a su cuenta personal de 1540 cigarrillos inhalados en 44 días. Sorbe la taza de café número 524 y se despide de sus demás compañeros.

Así termina el día para los que viven en el ministerio público de Tierra Blanca, quienes se adaptan ante las incomodidades. No se detendrán, asegura José Benítez.

Las madres seguirán persiguiendo respuestas mediante plegarias.

Don Bernardo seguirá arriesgando la vida, asegura sin titubear.

Luego apaga la última colilla y apaga las luces en el campamento…