Vegetarianismo y literatura: Tolstoi, Kafka y otros autores vegetarianos

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De filósofos de la antigüedad como Pitágoras a escritores como Tolstoi o Kafka, muchos artistas se opusieron al consumo de carne.

Los distintos grupos que promueven un estilo de vida vegetariano suelen incurrir en una falacia lógica que causa rechazo en aquellos que pretenden convencer y a la vez sirve como método efectivo de proselitismo: invocar en listas nombres de vegetarianos famosos. Así encontramos a filósofos de la antigüedad como Pitágoras, hombres del Renacimiento como Da Vinci y escritores como Tolstoi Kafka, quienes se opusieron al consumo de carne por distintos motivos: desde la crueldad implicada en su obtención hasta un interés por el cuidado de la salud. A estas motivaciones uno le sumaría otras como la preocupación integral por el bienestar de los animales, la antipatía hacia la experimentación con ellos y su uso para espectáculos circenses o en la tauromaquia, por ejemplo.

La relación entre literatura, pensamiento y vegetarianismo no es nueva ni parte de un capricho; ha sido un ideal (y una práctica) genuina que ha provocado que escritores y escritoras de distintas épocas hayan considerado al vegetarianismo como una opción ética válida, que excede lo meramente culinario. Aunque podría trazar esta conexión desde mucho antes, bien vale comenzar con la Utopía (1516) de Tomás Moro, porque allí no hay mataderos. H.G. Wells retoma la idea en su Moderna Utopía (1905), en donde el avance educativo de la sociedad torna imposible los frigoríficos.

Percy Bysshe Shelley ha sido llamado “la primera celebridad vegana” dada su elección alimenticia, a la que acompañaba por una preocupación por su salud. En 1812 el poeta se volcó al vegetarianismo por estar en contacto con las ideas de, entre otros, el activista John Frank Newton, y un año después publicó el ensayo A Vindication of Natural Diet (Una reivindicación de la dieta natural), en donde justifica el régimen basándose en aspectos ecológicos, sociales, políticos, morales y económicos.

Violencia e insensibilidad

Allí, Shelley argumenta que la violencia hacia los animales engendra insensibilidad hacia el prójimo. Pocos años después, su esposa Mary imagina en Frankenstein una criatura rechazada por la sociedad, que desea hallar su propio paraíso en América del Sur y vivir alimentándose de bellotas y bayas, curiosa motivación para un ser compuesto de cadáveres cosidos.

El dramaturgo irlandés y eterno (vivió hasta los 95) niño terrible George Bernard Shaw fue un polemista de primer nivel, además de un extraordinario aforista. Baste una de sus citas para dar cuenta de su agudo sentido del humor: “Si un tigre mata a un hombre se le llama ferocidad; si un hombre mata a un tigre se le llama deporte”. En 1927, Shaw mantuvo un acalorado intercambio mediático con H.G. Wells, por un tiempo su compañero ideológico en el socialismo fabiano, respecto de la inmoralidad de la vivisección.

A los defensores de la experimentación con animales, Shaw los llamó “canallas sin límites.” Convertido al vegetarianismo después de leer el poema “The Revolt of Islam”, de Shelley, Shaw fue ridiculizado en una cena por G.K. Chesterton, omnívoro amante de la gastronomía. El corpulento Chesterton comentó, atacando la dieta de su interlocutor: “Mirándote, Shaw, la gente pensaría que hay una hambruna en Inglaterra.” Shaw respondió: “Y al mirarte, Chesterton, la gente pensaría que sos la causa.”

El irlandés también es protagonista de un libro de recetas vegetarianas compiladas por su cocinera, Alice Laden, quien preparó sus comidas en los últimos años del escritor. The George Bernard Shaw Cook Book fue publicado en 1972 y en sus páginas el comensal encontrará recetas para tartas, soufflés, tortas (Shaw era un dulcero empedernido), además de unas cómicas ilustraciones, aparentemente obra del dramaturgo.

Al otro lado del océano, en Estados Unidos, un grupo de poetas y narradores conocido como la Generación Beat se vio bajo el influjo de los románticos ingleses en más de un aspecto: Allen Ginsberg tuvo una serie de visiones sobre Blake a partir de 1948, mientras que en “Tengo 25 años” Gregory Corso declaró su amor y su locura por Percy Shelley.

Su reluctante líder, Jack Kerouac, influenciado por el budismo māhayāna, escribió en más de una oportunidad sobre el amor hacia los animales. En Ángeles de desolación, leemos: “Bendice a la pequeña mosca—Ya no mates—No trabajes en mataderos—Podemos cultivar verduras e inventar fábricas sintéticas que produzcan pan a raudales…” En Big Sur su alter ego Jack Duluoz siente un asco metafísico cuando le ofrecen pescado para comer, y se deprime por la muerte de su gato Tyke.

Kerouac no adoptó el vegetarianismo, pero en sus escritos dejó varias reflexiones sobre el trato hacia las criaturas. En una columna de 1960 escribió: “¿Cuándo llegará el día en que la gente entienda que todos los seres vivos, ya sean humanos o animales, ya sean terrícolas o de otros planetas, son símbolos de Dios y deberían ser tratados como tales…?”

Quien sí se volvió vegetariano fue Gregory Corso. Según Ginsberg, en una carta de octubre de 1956 a Kerouac, Corso “se declaró vegetariano, así que tiene que comer huevos y lechuga mientras el resto traga vino y langosta.” En una entrevista a un diario sueco de 2004, el Premio Nobel John Maxwell Coetzee comenta sobre su vegetarianismo en términos contundentes: “Encuentro bastante repulsiva la idea de meterse fragmentos de cadáveres en la garganta, y me asombra que haya gente que lo haga a diario.” Así puesto, el vegetarianismo pareciera ser una reacción visceral hacia la humanidad, una suerte de misantropía velada.

En la novela Elizabeth Costello (2003), Coetzee explora la cuestión de los derechos de los animales en dos capítulos que contienen una serie de contrapuntos entre la protagonista vegetariana e interlocutores que representan a quienes defienden el consumo de carne.

La escritora da una conferencia en la que cita el relato de Kafka “Informe para una academia”, ataca a la razón instrumental y realiza una comparación que ofende a más de uno, entre los mataderos industriales y el plan de exterminio nazi, y luego recurre a PlutarcoSwift y otros para defender su posición, que es atacada por frívola y poco convincente, además de ser considerada un tipo de “fanatismo dietético”. Queda a discreción del lector concluir si Costello y sus argumentos salen indemnes de estos intercambios.

Tomado de: Clarín.