Por Héctor González
“El pasado nunca es el pasado”, escribe Cristina Rivera Garza (1964), en El invencible verano de Liliana (Literatura Random House). Durante treinta años un conjunto de cajas se mantuvo cerrado y arrinconado. Un conjunto de cajas con notas, diarios, fotografías, una historia por contar: la de Liliana Rivera Garza, quien fue asesinada por su novio el 16 de julio de 1990, cuando apenas tenía veinte años.
A partir de la lectura del volumen, el total de la obra de la autora toma una dimensión distinta. Aquí coinciden obsesiones, miedos y recursos aplicados a lo largo de más de treinta años de carrera, todo dentro de un relato que combina ficción con realidad para rendir un crudo y a la vez luminoso homenaje a las víctimas de feminicidios.
El epígrafe del primer capítulo dice “el tiempo lo cura todo menos las heridas”, ¿este libro nace de una herida que permanece?
Suelo escribir a partir de la vulnerabilidad. Sin ella sería muy difícil escarbar y producir escritura. Esas palabras de Chris Marker me gustan porque solemos decir que el tiempo lo cura todo. Sin embargo, su eficacia no alcanza para sanar las heridas, especialmente aquellas que son producto de un trauma. Una de las características de los traumas es que se mantienen como criptas que retan al tiempo y ponen en entredicho su paso.
Desde Nadie me verá llorar hasta Autobiografía del algodón habías merodeado temas como la violencia, la muerte o la familia. ¿En qué momento te sentiste lista para escribir El invencible verano de Liliana?
Me gusta como lo enfocas porque es algo que va más allá del tema. Hay una relación con el estilo y la manera de escribir. El invencible verano de Liliana combina la no ficción con la ficción. Continuamente uso archivos institucionales y personales. En Nadie me verá llorar y Autobiografía del algodón es una práctica evidente, pero hay otros libros teóricos donde igual he aplicado estas herramientas. Sin el trabajo previo habría sido difícil aquilatar el valor del archivo de mi hermana Liliana. Al abrir las cajas con sus pertenencias me topé con ese minucioso registro de su vida. En ese sentido, es verdad que cada uno de mis libros anteriores marcó la existencia de este.
¿Antes de que decidieras abrirlas qué representaban las cajas de tu hermana?
En sí todo ha sido una experiencia traumática y como tal ha sido muy difícil ponerla en palabras. Usualmente un trauma te rompe y gracias al lenguaje te rearticulas y colocas las piezas narrativas. Conforme creces piensas más en la mortalidad y en las misiones que tienes. La pandemia nos dejó en claro que no tenemos todo el tiempo del mundo y en ese sentido la escritura del libro se convirtió en una urgencia. En 2019 estuve en los semilleros zapatistas. Ahí le pedí ahí a mi amigo John Gibler que se echara un clavado en la hemeroteca para que me advirtiera sobre lo que podría encontrar. En resumen, por una parte, está la conciencia de una misión pendiente; y por otra, el contexto zapatista que me permitió entender que es posible otro mundo compatible con la justicia para mi hermana. La urgencia y la comprensión de otras posibilidades hicieron posible el libro.
“El pasado nunca es el pasado” escribes en el libro y eso tiene que ver con los miedos, traumas y la acción misma de pedirle a John Gibler que fuera en avanzada.
Aquello que te ha destrozado nunca lo puedes ver a la ligera. Si quieres abordarlo necesitas una estrategia y solidaridad, en este caso de un grupo de personas conformado por John Gibler, mi marido Saúl Hernández-Vargas, mi familia, mi hijo y mis padres. Todos teníamos un pendiente con Liliana.
Sabemos que las cosas existen cuando se nombran, el lenguaje nos da esa posibilidad. ¿Hoy es más factible hacer justicia porque, si bien hay pendientes, ahora se combate más la violencia de género?
Es bien difícil escribir un libro sobre la violencia que se ha llevado contra un ser querido cuando el lenguaje disponible es en sí mismo violento, especialmente contra las mujeres. Una de mis grandes tareas como escritora es subvertir y hacer que el lenguaje patriarcal diga otras cosas; dinamitarlo o cercarlo para que deje de culpar a la víctima y de exonerar al depredador con mañas y eufemismos. En México hay una larga historia de feminismo, por lo menos desde 1916 con el primer congreso feminista en Yucatán y también con la movilización de mujeres activistas que han producido un lenguaje claro y preciso para contar estas historias sin estereotipos ni blancos ni negros. El performance de LasTesis, ‘Un violador en tu camino’ fue una revelación. Otro episodio fundamental fue cuando la mamá de Lesvy consiguió sentenciar al feminicida de su hija.
Tu libro es precisamente un reclamo de justicia, sin embargo, hay una parte personal e íntima donde dialogan, por ejemplo, la lectura y el playlist de canciones que incluyes a partir de los gustos de tu hermana.
Uno de los problemas al hablar de estos temas es patologizar a la familia y a la víctima. Hay que desactivar argumentos como “los padres no le ponían atención”. Por eso quería que la vida de Liliana fuera la gran estrella del libro. Mi hermana fue una chica de veinte años como lo fui yo, con la diferencia de yo no me topé con un asesino. Sin duda hay un deseo de libertad y de reconocer a los enemigos. Ahí tenemos ‘Lucha de gigantes’, de Nacha Pop o ‘Fast car’, de Tracy Chapman que habla de dejar un medio opresivo y una búsqueda de la libertad. Comparto su leit motiv de encontrar y construir una escena propia donde podamos ser plenamente lo que somos.
A pesar de la tragedia que por sí misma tiene la historia, hay una luminosidad en el simple hecho de que puedes compartirla.
Esa era mi intención. La Liliana que yo recuerdo y la que me entregaron sus familiares y amigos es muy luminosa. Nos encantaba criticarlo todo, éramos de una lengua viperina terrible. Pensaba que era algo nuestro, pero descubrí que no, así era con sus amigos. Uno de sus amigos la recuerda como alguien cábula. Quería subrayar que ella como muchas otras mujeres asesinadas no están destinadas a terminar así. Son luminosas, con sueños e intereses. El libro es también una celebración de su vida. Reducir su humanidad al feminicidio sería quedarme muy corta. Liliana nos iluminó a muchos y eso había que rescatarlo.
¿Crees que es irreversible la caída del lenguaje patriarcal?
Es una lucha constante y sería un error pensar que va a rodar solito. La historia nos demuestra que lo que se gana en este terreno se obtiene gracias a la participación de muchas mujeres, pero también de muchos hombres. Su caída será tan irreversible como lo sea nuestro compromiso. Nadie nos va a regalar nada, el Estado nunca lo ha hecho entonces vale la pena hacer el compromiso diario y consciente de que si queremos justicia debemos sanear al patriarcado en nuestro lenguaje cotidiano. No creo en la escritura por la escritura misma. Lo que han llamado mi experimentalismo consiste en subvertir un lenguaje diseñado para culpar a víctimas y exonerar responsables.
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