Ricardito quería ser granjero

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ricarditoEl niño asesinado en Chinameca tenía 38 aves de corral que cuidaba con mucha responsabilidad a sus siete años; también soñaba con ser policía 

 José Ricardo Mayo Coronado tenía siete años cuando lo encontró la muerte tocó a la puerta de su casa de Chinameca. Fue asesinado por un pariente del alcalde que hasta el momento las autoridades no han encontrado. Está prófugo de la justicia y moralmente es el hombre más incorrecto de todo el sur de Veracruz.
Ilsa Coronado Vargas y Carlos Mayo Torres, los padres, lo recuerdan como un niño trabajador, que iba bien en la escuela, y sobre todo, un gran amante de los animales. 
El día de El Tibiri, como era conocido en su salón de clases, iniciaba a las seis de la mañana. A esa hora se levantaba todos los días para atender sus 38 aves de corral, patos, pollos, gallinas y gallos que tenía en un traspatio.
Los animales eran su pasión, y eso lo traía en la sangre, pues la familia del lado de la mamá, se dedican al campo y al cuidado de ganado. 
Uno de los mejores regalos que le habían hecho al Tibiri en su corta existencia fue un pequeño potrillo hijo de una yegua de su abuelo.
El equino le fue entregado cuando aún estaba en la panza de la yegua que lo parió sin problemas, y traía el fierro de José Ricardo Mayo Coronado marcado en la anca. 
El destino no quiso que el niño y el potro crecieran a la par, y en el futuro lejano, ambos ir a galopar por las praderas de Chinameca. 
Ese que se atravesó fue Rafael Carmona Jara, primo del alcalde de ese municipio, Victor Salomón Carmona, como perro con rabia, disparó cobardemente en la casa del menor de edad, buscando que las balas fueran para su padre, cayendo en el error que ha despertado al pueblo bronco en el sur. 
Si el asesino se hubiera echado otras cervezas en la cantina, seguro no hubiera encontrado despierto al Tibiri, seguro hubiera estado en su cama, descansando, pues a partir de las 9:00 PM siembre se iba a dormir; el ataque fue pasadas las 8:30 PM. 
El Tibiri se iba temprano a la cama porque al día siguiente tenía que despertarse para iniciar las labores en su casa antes de irse a la escuela. 
Darle maíz y agua a los pollos del corral. «Él solito hacía todo, nadie lo ayudaba, les acarreaba agua y les daba de comer a los animalitos. 
También le recogía los huevos a las gallinas, los ponía en la cocina o buscaba regalarlos a los vecinos, más si eran necesitados. 
Amaba sus pollos, como a su caballo. No quería Ricardito que las aves fueran a parar a un plato de comida, «decía que él y los pollos se iban a morir de viejos, que nadie se los podía tocar», relató la mamá, Ilsa Coronado Vargas.
“le gustaba mucho esa canción, ‘si señor, yo soy de rancho…’, por eso además de policía soñaba con ser granjero. Quién sabe de donde sacaba tantas ideas, pero él decía eso, que se iba a dedicar a su granja con muchos animales, caballos, pollos, cochinos”, dice la mamá.
Otra de sus aspiraciones, era estudiar, tener una carrera, después meterse a la PF, quería ser policía federal para luchar contra los malos. 
Ricardito ya sabía preparar pan, lo primero que pudo sacar del horno, elaborado con sus manos, fueron las roscas de sal. Pero también acarreaba cosas, acomodaba, iba, venía, estaba siempre pendiente de ayudar. Sus primeros pasos los dio así, en la panadería, manchado de harina, azúcar y mermelada.
“Mi hijo no era malo, ni mal intencionado, siempre andaba de acomedido viendo en qué ayudaba, en la escuela era muy travieso, sólo eso, una mala nota de él, jamás, del kínder salió siendo el primer lugar en aprovechamiento. Entró a la primaria (se quedó en segundo grado) sabiendo leer)”, retoma Ilsa Coronado Vargas, su mamá.