Por qué el movimiento #MeToo no servirá para acabar con Michael Jackson

0
223

michael jackson

 

El 25 de junio se cumplirán 10 años de la desaparición de Michael Jackson, probablemente la muerte de una figura cultural que más impactó al mundo desde la de Elvis en 1977. Las comparaciones no quedan ahí: ambos fallecieron a edades cercanas (Elvis a los 42, Michael a los 50), con un estado físico muy degradado y víctimas de su adicción a los fármacos.

Este décimo aniversario se prevé celebrar con diversos libros sobre su vida, especiales televisivos y un musical en Broadway. Pero un documental producido por HBO y Channel 4 y estrenado en Sundance, Leaving Neverland (llegará el mes que viene a la plataforma de pago), promete revivir la pesadilla que en 1993 ensombreció la imagen de Michael para siempre y que en 2003 reapareció hasta conducirlo al juicio más mediático del siglo XXI.

Los antecedentes son los siguientes: en 1993 Evan Chandler denunció a Michael Jackson por abusar sexualmente de su hijo Jordan, de 13 años. La noticia cayó como un jarro de agua fría sobre Michael, que triunfaba con su gira Dangerous, y sobre sus millones de seguidores alrededor del mundo.

¿A quién creer? Chandler era dueño de un historial sospechoso: un dentista que intentaba triunfar en Hollywood y mantenía una conflictiva relación con su exmujer, a la que debía varios meses de manutención y a la que intentaba arrebatarle la custodia de su hijo. Por otro lado, Michael Jackson llevaba ya muchos años convertido en el artista más raro, evasivo y marciano del mundo. Un tipo que antes era negro y ahora era blanco nuclear, que vivía en una especie de parque de atracciones gigantesco construido a su medida y que estaba siempre rodeado de niños. Esa imagen esperpéntica llevó a que cualquier cosa que se dijese sobre Michael pudiese ser tomada como cierta. Aparentemente, esta también.

 

MICHAEL JACKSON

 

Muchísima gente creyó que aquellas acusaciones podían ser ciertas. Según varias biografías de Michael, el juicio público lo minó de tal modo que el artista intensificó su consumo de tranquilizantes (que finalmente lo matarían), canceló el resto de su gira Dangerous y fue ingresado en un hospital.

Nunca llegó a haber una acusación contra Michael porque en 1994 el artista pagó una enorme cantidad de dinero a la familia (se dijo que unos 22 millones de dólares, él declararía posteriormente que era mucho menos) para que el problema se arreglase fuera de los tribunales. Una decisión desastrosa desde un punto de vista de imagen personal: gran parte del mundo consideró que así Michael estaba reconociendo su culpa y comprando el silencio de la familia del niño (que se desintegraría absolutamente: el padre se suicidó meses después de la muerte de Jackson y su hijo no acudió a su entierro).

“¿Por qué decidiste resolver el caso fuera de los tribunales?”, le preguntó la periodista Diane Sawyer al año siguiente durante una entrevista televisada. Él le respondió: “Hablé con mis abogados y les pregunté: ‘¿pueden garantizarme que la justicia prevalecerá?’. Y me dijeron: ‘Michael, no podemos garantizarte que un juez o un jurado vayan a hacer nada’. Yo estaba catatónico, furioso. Y me dije: ‘Tengo que hacer algo para salir de esta pesadilla, de estas mentiras, de toda esta gente buscando dinero y del espectáculo que habían montado los tabloides. Eran mentiras, mentiras y mentiras. Así que me reuní con mis consejeros y la decisión fue unánime: resuelve el caso, porque esto podría alargarse durante siete años. Dejémoslo atrás”.

[quote]“No es justo lo que me hicieron”, añadió. “No consiguieron reunir ni una sola prueba que demostrase que Michael Jackson había hecho eso. Registraron mi dormitorio de arriba abajo, registraron todos mis libros, todos mis vídeos, todas mis cosas privadas y lo que encontraron fue nada. Nada, nada que demostrase que Michael Jackson había hecho aquello. Nada. Hasta hoy, nada. Todavía, nada. ¡Nada, nada, nada!”.[/quote]

Si bien la imagen de Michael estaba inevitablemente dañada, su carrera siguió cosechando éxitos: el recopilatorio HIStory se convirtió en el disco doble más vendido de la historia y Blood on the dancefloor, su álbum de remezclas, en el más vendido de la historia dentro de este género.

En 2003 la pesadilla se desató de nuevo. Esta vez fue Gavin Arvizo el nombre del niño (de 13 años también) que lo acusaba.

De nuevo, un mundo dividido: los Arvizo, al igual que los Chandler, tenían un oscuro historial. Habían intentado sacar dinero anteriormente demandando a grandes empresas (por ejemplo a la cadena textil J. C. Penny) inventándose historias de maltrato y acoso. Pero Michael tampoco estaba en su mejor momento de popularidad: acababa de aparecer en un documental (Viviendo con Michael Jackson, emitido en 2003 por las cadenas autonómicas en España) agarrado de la mano de Gavin y afirmando que era algo natural y bonito compartir la cama con un niño.

Esta vez sí hubo juicio, cerrado para la prensa. Según el biógrafo de Michael, J. Randy Tarraborelli, presente durante todo el proceso, aquel fue un juicio “infame”. Los testimonios de la acusación, afirmó, eran “débiles e inconsistentes”. Algunos, como el de Bob Jones (exasistente de Michael y que no acabó en buenos términos con él), terminaron defendiendo al acusado cuando habían sido llamados para acabar con él. Michael fue declarado inocente. Sin embargo, nunca levantó cabeza: sus últimos cuatro años los pasó apartados de la luz pública hasta que anunció la serie de conciertos en Londres en 2009, This is it, que nunca llegarían a celebrarse debido a su fallecimiento.

¿Creyó el mundo a Michael entonces? Se diría que sí por las reacciones a su muerte, no solo medibles por las muestras de cariño y admiración recibidas por todo el mundo, sino por algo mucho más objetivo: los números. En los seis meses posteriores a su muerte se vendieron más de 30 millones de discos de sus álbumes. Michael había conseguido volver a triunfar con su última gran hazaña artística y vital: morir joven.

La gran pregunta es: ¿qué sería hoy de Michael Jackson si estuviese vivo en plena era del #MeToo? El movimiento surgido para denunciar casos de abusos sexuales debe ser celebrado sin miramientos, pero ha sido en ocasiones utilizado de forma un tanto hipócrita con situaciones y nombres que se conocían desde hace lustros. El caso más paradigmático en este sentido es el de Woody Allen, en el que la opinión pública se ha formado una opinión sin que haya habido ni juicio, ni acusación, ni pruebas sólidas. Al igual que en el caso de Michael, había dos partes con inquietantes dudas razonables: por un lado Mia Farrow, una mujer despechada y maltratadora según el testimonio de su hija adoptiva Soon Yi Previn; y por otro Woody Allen, un hombre que comenzó un romance con la hija adoptiva de su mujer (la misma Soon Yi), 35 años menor. Un caldo de cultivo ideal para crear una polarización extrema a favor de uno o de otro.

Da igual lo que ocurriera: hoy, Woody Allen está desterrado de Hollywood. Curiosamente, tras el escándalo Weinstein y el movimiento posterior #MeToo. No antes. Todo esto se sabe desde 1993, pero eso no evitó los premios, los homenajes y las decenas de agradecimientos y alabanzas de los mismos actores y las mismas actrices que hoy lo arrinconan, prometen no trabajar con él nunca más y devuelven el salario ganado en sus películas.

Michael empieza a pagar un precio parecido. Tras el estreno del documental en Sundance, Leaving Neverland, y el anuncio de que llegará al público en marzo, un musical sobre Jackson (Don’t Stop Til You Get Enough) ha sido cancelado en Chicago. Desde la muerte de Michael, muchos en la industria musical se han preguntado: “¿Qué estaría Michael haciendo hoy?”. Pero desde el surgimiento del #MeToo, cuando Woody Allen o Kevin Spacey han desaparecido de Hollywood y cantantes como R. Kelly han sido vetados en la radio, la pregunta es: “¿Estaría haciendo algo?”.

La respuesta es sí y no a la vez. Desterrar a Michael, que Sony se negase a producirle otro disco y que las radios se negasen a pincharlo sería una idea plausible, sí. Del mismo modo que es muy sencillo no volver a emitir las series de Bill Cosby, despedir a Kevin Spacey de House of Cards o eliminar de las plataformas de streaming los éxitos de R. Kelly. Pero otra cosa es desactivar la figura de Michael.

Su influencia es tan grande, transversal y duradera que borrar a Michael de la cultura es una tarea imposible. Si hoy la música negra triunfa en MTV es porque Michael rompió esa barrera y terminó con el monopolio del rock blanco; si hoy los videoclips son una forma de arte es porque Michael la creó; si hoy existen Justin Timberlake, Usher, The Weeknd, Justin Bieber, Beyoncé, Jamiroquai, Lenny Kravitz, Lady Gaga, Bruno Mars, Britney Spears o Janelle Monae es porque Michael abrió una puerta a un tipo de artista completo que mezclaba géneros, estilos y plataformas de difusión.

La industria musical ha sido mucho más lenta que la cinematográfica a la hora de repartir justicia –o al menos esa forma de justicia que algunos reclaman– y silenciar a aquellos artistas con acusaciones de abuso sexual a sus espaldas. El motivo, probablemente, es que la música existe en un lugar mucho más profundo de nuestra consciencia. Podemos creernos a las supuestas víctimas de Michael Jackson y, a la vez, ser incapaz de olvidar lo felices que fuimos escuchando su música y lo asociado que está su sonido a momentos relevantes de nuestra vida. Un boicot a Michael se antoja imposible porque supondría un boicot a los cimientos de todo lo que consideramos hoy cultura de entretenimiento.

Y para prueba, la siguiente: durante el segundo día del proceso a Michael en 2005 por abuso de menores en el juzgado de Santa Barbara se mostró el polémico documental de Martin Bashir al jurado. El documental comienza con un plano de la puerta de Nerveland (el rancho de Michael Jackson en California) mientras de fondo suena la legendaria base disco funk de Billie Jean. En ese momento, según varios testigos, la cabeza de la mayoría de los presentes empezó a moverse de forma inconsciente al ritmo de la música. Ese 1 de marzo de 2005 las mismas personas que intentaban terminar con Michael, el hombre, se rindieron a la evidencia de que sería imposible terminar con su legado.

 

TOMADO DE EL PAÍS.