Nadal sofoca una revolución en la noche de París

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Ya es oficial: este es el Roland Garros más extraño de la historia.

Son las 22.35 h de la noche y Rafael Nadal salta a la pista, donde le espera Jannik Sinner.

Hace frío, hay poquísimos espectadores en las gradas, todos llevan abrigos y muchos de ellos, capuchas. Se han cubierto el rostro con mascarillas.

Estamos en otoño.

Rafael Nadal y Jannik Sinner juegan bajo la luz artificial. Potentes focos iluminan el escenario. Si llueve, cerrarán el techo retráctil de la pista Philippe Chatrier.

Cuando acabe el partido, los visitantes deberán recurrir al taxi. Ya estarán cerradas las paradas de metro de la Porte d’Auteuil o Michel-Ange Molitor. Algunos tenistas, los pocos que siguen en pie a estas alturas del torneo, estarán durmiendo en sus habitaciones del hotel Pullman, la burbuja de Roland Garros.

En otros tiempos, esto no hubiera sido así.

Este partido, este cruce de cuartos de final, se hubiera aplazado. Se hubiera reubicado en el calendario del miércoles.

¿Cómo?

¿Jugar en la noche de París?

Lo que pasa es que este es el Roland Garros más extraño de la historia.

(…)

Bien, será el Roland Garros más extraño. Pero Rafael Nadal sigue siendo Rafael Nadal, y por eso supera a Jannik Sinner y se planta en semifinales: 7-6 (4), 6-4 y 6-1.

Nadal (34) ha ganado doce títulos en Roland Garros, muchos más que nadie. Se le considera el mejor tenista en arcilla de la historia. Y tiene un empeño entre ceja y ceja: alcanzar los veinte grandes de Roger Federer.

Para conseguirlo, le falta uno.

El momento es aquí y ahora.

En Roland Garros, su escenario favorito.

La oposición

Sinner apenas tiene 19 años, pero no se arruga; ataca al balear, que eleva el nivel para seguir en pie

Jannik Sinner mira adelante, del otro lado de la red, y no distingue a un coloso. Solo ve a un rival. Y por lo tanto, a alguien superable.

Este muchacho mira distinto. Sinner aún es un crío, apenas tiene 19 años. Sin embargo, no es Sebastian Korda.

El otro domingo, cuando levantaba la vista, Korda, otro adolescente en París, el contrincante de Nadal, veía a un coloso. El estadounidense se había criado aplaudiendo las proezas de Nadal. Le había puesto Rafa de nombre al gato. Y en el día de autos, aparecía encogido y superado por las circunstancias.

Sinner es otra cosa. Es alto y afilado como un pararrayos, como Korda, y apenas le crece aún la barba. Sin embargo, no se arruga.

Sinner sabe a lo que va, está convencido de que este no es su tope, que le esperan empresas mayores en el circuito. Al golpear, envuelve la pelota como una mantis religiosa. Es pétreo en la gesticulación, no se desmorona si falla y no celebra nada cuando gana un punto. A veces se acomoda la gorra en la coronilla. El domingo, tras superar a Sasha Zverev, se había limitado a levantar el dedo índice.

Así celebraba su victoria sobre un Top 10. Se supone que es italiano.

¿Dónde quedó la pasión?

¿Dónde la sangre?

–Aún tengo mucho que mejorar –dijo después.

Eso es todo.

Sinner tenía 18 años cuando se adjudicaba el torneo NextGen para jugadores de 21 años. Es la perla del futuro, aunque él apuesta por el presente.

Sinner ataca la pelota porque esa es su naturaleza. Lo dice Riccardo Piatti, su entrenador:

–Desde que tenía 13 o 14 años, Sinner ha decidido golpear la pelota para ganar un punto. Eso no es lo normal. Él no juega a defenderse. Cuando juega, se mete en el juego. Y entre puntos, se relaja.

Cuando juega, Sinner le planta cara a Nadal, que siente cosas extrañas. La pelota no se eleva porque la noche está húmeda y las Wilson pesan mucho y botan poco. Sinner ataca y ataca, y el balear se instala al fondo de la pista, decidido a alargar los puntos. Cuantos más intercambios, cuanto más se alargue el partido, más a su favor.

Sinner mueve al balear, e incluso le rompe al servicio en el undécimo juego y le obliga a crecerse. Nadal le responde al instante, y luego llegan al tie break y no suelta a la presa. Cuando el balear gana esa manga, han pasado 68 minutos.

Rondamos la media noche.

Se presume que todo va a acelerarse, pero ahí sigue Sinner, que no regala nada y tampoco se descompone. Su mirada es robótica, inexpresiva. Le roba otro servicio a Nadal, que otra vez responde, ahora por dos veces, para apuntarse el segundo set y sofocar la revolución del italiano. El último parcial ya es un paseo por la noche parisina.

(…)

En el horizonte del balear aparece ahora Diego Schwartzman, y estas son palabras mayores.

El argentino sabe lo que hace, sabe agobiar a un grande. Lo ha comprobado el mismo Nadal, su sorprendida víctima en Roma, hace unas pocas semanas.

Schwartzman había llevado al límite a Nadal en Roma, igual que anoche llevaba al límite a Thiem.

Tanto, que acabó rompiéndole las resistencias.

*LA VANGUARDIA