Cómo vivir en Xalapa: Inauguraciones y obras a destiempo

0
257

ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y HERNÁNDEZ

 

ALEJANDRO HERNÁNDEZMi ciudad, antigua y anticuada –que no es lo mismo aunque parezca– tiene, como en cualquier otra ciudad de este país, placas conmemorativas. Colocadas en puentes y edificaciones para, con letras imborrables en la historia –qué cursi–, registrar las hazañas de nuestros gobernantes.

Por ejemplo: “Siendo presidente de la república, Fulanito de Tal, se inauguró esta escalinata para beneplácito de los que, antes de ella, dieron con sus huesos en las piedras y vieron rodar su humanidad por aquí”. La placa —icono del trabajo institucional— al tiempo que se justifica a sí misma canta las glorias del que está inscrito en ella y quedará para la posteridad como constancia de su trabajo —y de lo que se robó—.

Años después los ciudadanos que la vean, mientras se dan cuenta que era más fácil (y más barato) rebajar el cerro en donde se encuentra y hacer una calle decente, imaginarán al prócer, parado al pie de la loma, diciendo en la develación: “La Revolución, que ha traído la justicia social a esta ciudad, me ha obligado a realizar esta magna obra (de treinta escalones, dos de ellos chuecos, por cierto), dificultosa en su construcción pero inmortal en su utilidad. Y poco importan los doscientos pesos, oro, que costó sino el progreso que traerá”. La calle, por cierto —constará en los archivos de la nación— que se presupuestó en cien pesos, oro también, pero no se hizo porque el que se decidió por la escalinata nunca pensó que la ciudad se llenaría de coches.

¿A dónde quiero llegar con esta historia? Pues a dos cosas, la primera, demostrar que a mí me caen muy gordos los gobernantes que para todo lo que hacen e inauguran ponen una placa conmemorativa con su nombre. Si promueven y llevan a cabo obras durante su gestión tan sólo están haciendo su trabajo —que bien que cobran— y no más.

Sólo lo vería justificado si oyera que alguno de ellos dice: “Se acabó el presupuesto para tal o cual obra, conciudadanos, pero aquí traigo tanto más cuanto de unos ahorritos familiares, vamos a terminar a como dé lugar porque di mi palabra”. Ahí sí, hasta yo dono unas llaves para completar la placa.

La segunda: que una placa conmemorativa siempre creará falsas conclusiones en los interesados en la historia del país. Uno ve una inscripción que reza: “Con el esfuerzo del pueblo de México y siendo presidente…” etcétera, y piensa inmediatamente en tiempos dificilísimos, en obreros musculosos y llenos de venas en sus brazos —como en los murales de Orozco— haciendo puentes enormes a puro lomo y trabajando día y noche para terminar la labor. Mientras, el titular de la placa —siempre se lo imagina uno con un plano en las manos— les arenga, tiránico pero paternal, desde lo alto de una piedra. Nunca, en cambio, se imagina uno a doscientos albañiles sindicalizados deteniendo el trabajo por “quítame estas pajas” y exigiendo, en la sombrita, un aumento salarial emergente. Jamás se piensa en un ingeniero, a punto de colocar una columna, mirando una caverna enorme en el subsuelo y diciendo estupefacto: ¿Y ora este hoyo?

Mucho menos se figura uno a un funcionario anunciando: “Sí, es cierto que dijimos que íbamos a tardar un año haciendo el puente, pero de último minuto han aparecido unas dificultades técnicas a las que realizaremos estudios competentes; una vez concluidos, vamos a ver qué pasa. Estaremos inaugurando dentro de dos años. Vamos bien…”.

Cualquier semejanza con la realidad o con las obras de los Juegos Centroamericanos es mera coincidencia.

Comentarios, sugerencias o reclamos: motardxal@gmail.com