LUIS VELÁZQUEZ

•Barbarie en Veracruz
•Feminicidios con saña
•La chica de Nanchital

I
En el pueblo de Nanchital, en el sur de Veracruz, levantan el proyecto llamado Etileno siglo XXI, a cargo de una empresa brasileña, y en donde ahora ofertan de 10 a 15 mil fuentes de empleo.
Y el domingo 2 de noviembre, en Nanchital, feudo poderoso del gremio petrolero, una chica joven y bella, guapa, bonita, embarazada, sufrió el atropello siguiente:
Uno. Secuestrada.
Dos. Desaparecida.
Tres. Violada.
Cuatro. Ejecutada.
Cinco. Calcinada.
Y sexto. Arrojada en despoblado, como un cadáver más que siembra el miedo y el terror y el horror de norte a sur y de este a oeste de la tierra jarocha.
Se trata, pues, de una manifiesta brutalidad, que linda con la barbarie, allí donde todas las pasiones malsanas se cruzan y entrecruzan en el ser humano para perder por completo la identidad humana y volverse un animal de la selva acostumbrado a la pelea y el ataque como única salida de sobrevivencia.
Por eso habría de preguntarse cuándo Veracruz empezó a joderse y se perdió la vieja cultura azteca de la carita sonriente y la fama mundial de que Veracruz es un pueblo alegre, respetuoso, cordial y hospitalario, a tal grado que Miguel Alemán Valdés adoptó la sonrisa jarocha como emblema en el país y en el mundo, llegando a fascinar y seducir con la sola sonrisa a aquella espía rusa, Hilda Krüger, cuando era secretario de Gobernación con Manuel Ávila Camacho, por cierto, en un relación compartida con Mario Ramón Beteta.

II
Se dirá, por ejemplo, que como Veracruz es paso de migrantes de América Central (Guatemala, Salvador y Honduras), muchos se quedarán en la tierra jarocha, también llamada tierra de oportunidades, y ni hablar, por ahí empezamos a podrirnos en la relación amical.
También se dirá que desde el sexenio de Patricio Chirinos Calero (1992-1998) los carteles aterrizaron en Veracruz y, ni modo, ahora padecemos las secuelas, aun cuando antes, con Agustín Acosta Lagunes, 1980-1986, la vida pendía de alfileres con los caciques florecidos en aquel tiempo, entre ellos Cirilo Vázquez Lagunes en el sur, Felipe Lagunes Castillo y Toribio Gargallo en el centro, y los hermanos Cabrera Sahagún y Luis Rivera Mendoza en la sierra de Chicontepec.
El caso es que con todo, el caso de la chica secuestrada, desaparecida, violada, ejecutada, calcinada y tirada en despoblado en Nanchital el día de muertos ratifica el infierno, tiempo de la barbarie, tiempo del genocidio lento y silencioso, tiempo del holocausto.

III
En el poblado Tlatlaya, en el estado de México, 22 civiles fueron ejecutados, se asegura, por militares.
Y en Ayotzinapa, Guerrero, fueron levantados 43 estudiantes de la normal, hasta anoche desaparecidos.
En Veracruz, la chica de Nanchital fue asesinada con todas las agravantes de la ley (alevosía, ventaja y premeditación) y constituyó un feminicidio que, además, ninguna duda existe, habrá de quedar impune.
Impune, de igual manera que la chica de Atoyac, Veracruz, empleada de una tienda comercial modesta, que fuera secuestrada, desaparecida, ultrajada, asesinada y tirada en un lote baldío, donde, se afirma, los zopilotes le arrancaron los ojos.
Sin contar, claro, el número incalculable de muchachas desaparecidas en Veracruz, cuyo destino se ignora y desconoce; pero sus fotos aparecen en la prensa escrita en un anuncio pagado solicitando la ayuda para su identificación.
¿Cómo, de qué forma, por qué… hemos llegado en la tierra promisoria de los Juegos Centroamericanos y la Cumbre Iberoamericana a tales límites de barbarie humana?
¿Qué diablos nos ocurrió en el camino que cuando despertamos el monstruo ya estaba aquí?

IV
En el caso de la chica de Nanchital, como en tantos otros, hay saña. Mucha, demasiada saña.
Si la secuestraron, ninguna necesidad existía de ultrajarla.
Pero, además, falta por saber, si saber se puede, el número de violaciones que haya sufrido, como el caso aquel de la chica del AU que en el viaje de medianoche de Coatzacoalcos a Acayucan los malandros se llevaron para el abuso sexual.
Si la plagiaron, desaparecieron y violaron, ningún caso tenía matarla.
Si la mataron, resulta inverosímil que también la hayan calcinado.
Si la calcinaron y tiraron su cadáver en despoblado, solo se antoja derivar que los malandros reprodujeron la historia de la lucha insurgente (la misma que en el Vietnam de Richard Nixon) cuando los realistas colgaban los cuerpos sin vida de un árbol a la orilla del camino para sembrar el horror y el terror en los rebeldes campesinos de Miguel Hidalgo y José María Morelos.
Demasiada saña en Veracruz. La silenciosa masacre humana. La barbarie. El genocidio. El holocausto. Tal cual se vive en la tierra jarocha.
Y, claro, ocurre un feminicidio en tales circunstancias y otro y otro y otro…, simple y llanamente, porque hay impunidad y los malandros crecen al castigo.
Pero, además, el silencio de los diputados locales y federales y senadores y de los líderes partidistas y sindicales, y de la cúpula eclesiástica, y de los medios… se vuelve tierra fértil para la atrocidad.
Las buenas conciencias, las conciencias VIP, lo más selecto de la sociedad jarocha… calla ante la masacre humana y, por eso mismo, el Estado Fallido se multiplica como los peces y los panes, la humedad y los conejos.

ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y HERNÁNDEZ

Costumbres vs modas

Mi ciudad, la semana pasada, vio transcurrir la festividad de los Fieles Difuntos, conjunto de creencias en donde se sincretizan las tradiciones prehispánicas y cristianas de una manera riquísima y casi única en el mundo.
Hay religiosidad, gastronomía, artesanías y paganismo, mezclados en una costumbre arraigada en nuestra sociedad y que ha pasado de generación en generación enriqueciéndose o evolucionando en formas inesperadas. Xalapa, al ser una ciudad receptora de gente que viene a estudiar y que muchas veces se queda aquí a vivir, vive de una manera multicultural esta tradición, pues la gastronomía del norte, centro y sur del Estado se mezcla con la de aquí de un modo genial; igual pasa con los altares, los cuales se convierten en un abanico de colores y formas diversas y ya muchas veces muy poco puristas. Y no está mal que eso suceda, la cultura si está viva es evolutiva en sus formas y en sus expresiones.
Cuando dos formas de festejar cosas parecidas se encuentran, por las razones que sean, tiene que ocurrir por fuerza un sincretismo, porque en cuanto quienes conforman una sociedad tienen relación con los que pertenecen a otra es inevitable que sus culturas se mezclen. En este caso la celebración de los Fieles Difuntos y el Hallowen se juntan en fechas iguales, por tanto habrá quienes celebren una y otra, o las dos, lo cual no es malo, simplemente es algo natural. Lo que está mal, creo yo, es cuando se cae en purismos exagerados e intolerantes.
Es decir, hay quienes dicen que el Hallowen es extranjerizante, que lo mexicano es celebrar Todos Santos, sin embargo, si fuéramos más papistas que el Papa y le quitáramos a esta celebración el pan, venido de España, el azúcar de los dulces, la carne de cerdo de los tamales y tantos otros alimentos que no existirían si la fusión cultural ocasionada por la Conquista no se hubiera dado, no tendríamos Todos Santos.
Es más, el mismo nombre de la festividad, Días de Todos Santos o de los Fieles Difuntos, remite a un concepto judeo cristiano que mucha grima les debería de dar a los puristas de los tamales y el Mictlán legendario; que éste último es un asunto cultural y religioso completamente diferente, pues la cosmogonía religiosa prehispánica y su concepto de la muerte son diametralmente opuestos al cristianismo.
Hoy, más que nunca antes, la cultura de una nación, pueblo o grupo de personas, no puede permanecer sin las influencias de otro u otros grupos de seres humanos, puesto que formamos sociedades vivas que tienden a cambiar y que, en esta era de la globalización, sería casi imposible que permanecieran puras.
Y no quiero decir con esto que nos abandonemos a la “hallowinización” durante estos días, sino que entendamos cada cosa en la justa dimensión que tienen. Nuestras tradiciones son hermosas, nos identifican como grupo cultural y social, sin embargo, cada cabeza es un mundo y, antes que nada está la tolerancia hacía lo que piensan los demás y en lo que creen.
El asunto, entonces, parece más que sencillo: si alguien quiere celebrar Todos Santos, que haga tamales, que ponga un altar y que lo celebre. Si otro quiere hacer una fiesta de disfraces en donde todos parezcan osos pandas en lugar de calaveras, que la haga, pero que ambas cosas se hagan con conocimiento de causa. Es decir, poner un altar de Todos Santos sin saber las raíces culturales que lo sustentan, podría ser tan vacío como vestirse de Drácula con unos colmillos de plástico, que lo hacen a uno salivar como San Bernardo bajo el sol, nomás porque otros lo hacen.
En estos tiempos que corren, tanto la tolerancia como las costumbres y las modas, deben ser practicadas con conocimiento de causa, de cualquier otro modo serán simple y peligroso fanatismo nomás.
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