Boca y River

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Maradona
La arqueología argentina ha confirmado que antaño, los futbolistas y dirigentes deportivos trabajaban. Ninguno vivía de la pelota, no existía la A ni la B, los partidos se jugaban por amor a la camiseta o para definir qué club se quedaba con los colores. Como aquel superclásico de 1907, cuando el naciente Boca Juniors perdió frente al que usaba una de líneas finitas blancas y azules, similares a la suya.

Los genoveses del barrio de La Boca (o xeneizes, en idioma ligur), quedaron deprimidos. Entonces, el tercer presidente del club, Juan Bricheto, propuso que la nueva camiseta llevaría los colores de la bandera del primer buque que ingresara al puerto de Buenos Aires. Propuesta que nadie cuestionó, porque Bricheto trabajaba de operador en un estratégico puente del puerto.

Desde allí, pegó el grito: Nave alla vista! Un barco de bandera sueca. Exultante, los xeneizes respondieron desde el muelle: Che colori? Y alzando los brazos al cielo, el histórico vigía anunció lo que todos esperaban: Azurre e gialli!

En cambio, el origen de los colores de River fue menos mitológico. En 1902, un año antes de que el club cumpliera su primer aniversario, los jugadores festejaron el Carnaval en una carroza decorada con cintas rojas, sobre un fondo blanco. La carroza se llamaba Los habitantes del Infierno, pero sus colores eran los de la cruz de San Jorge, patrono municipal de la ciudad de Génova.

En el decenio de 1930, el futbol argentino se fue profesionalizando, convirtiéndose rápidamente en una industria creciente y rentable, que al Estado y los clubes permitieron la construcción de grandes estadios, y la expansión masiva del deporte: pistas de atletismo, campos para juegos especializados, gimnasios de primera, albercas olímpicas y escuelas de capacitación, con millones de afiliados de todas las clases sociales, que gozaban de instalaciones sin igual en otras latitudes del mundo.