En la última década los casos han ido al alza, especialmente en sectores jóvenes de la población.
Magdalena García recién cumplía los 18 cuando recibió su diagnóstico de diabetes tipo 1. Era 2012 y junto con su valoración y la noticia del ´fin del mundo’, llegaron cambios frecuentes de humor, irritación constante, desesperación, un cansancio persistente y un torrente de ideas de como terminar con su vida.
El médico internista que daba seguimiento a su caso le explicó tiempo después que las personas jóvenes con diabetes tienen más probabilidad de experimentar depresión, un trastorno que actualmente sufren alrededor de 3.6 millones de personas en México, según un estudio de los Servicios de Atención Psiquiátrica (SAP) de la Secretaría de Salud (Ssa).
Fue así como la refirieron al área psicológica. Sin embargo, pese a recibir terapia, había conductas que no podía frenar.
“Empezaba a buscar maneras de quitarme la vida: qué tipo de sobredosis de medicamento debería tener. Si me enojaba con mis papás o de pronto sentía que no podía, me inyectaba insulina y no ingería alimentos (había tenido el antecedente de un familiar que tuvo un accidente del tipo y falleció de un infarto). No quería vivir”, compartió a este medio.
Su especialista concluyó que también requería de apoyo psiquiátrico.
“Me hablaron sobre la depresión, que mi cerebro no producía ciertas sustancias y que empezaríamos con la medicación, que los fármacos comenzarían a hacer efecto aproximadamente en un mes”.
Un país en donde más personas se quitan la vida
Uno de los indicadores para la vigilancia de la salud mental en algunos países es la tasa de suicidios. En México, los casos han ido al alza desde hace 13 años: en 2023, 8 mil 837 personas se auto infringieron la muerte. Además, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) la tasa de casos en jóvenes aumentó 20 por ciento desde 2019.
Algunos estudios sugieren que la cifra seguirá aumentando, otros más añaden que “aún existe desinformación acerca de la prevalencia e incidencia” en el país. En general, los especialistas concuerdan en que la conducta suicida sólo es la punta del iceberg de una larga cadena de problemas.
“He notado que ha habido algunas situaciones que han exacerbado el aumento de la conducta suicida, como por ejemplo, la pandemia”, reflexiona Jacqueline Cortés Morelos, coordinadora de la clínica del Programa de Salud Mental del Departamento de Psiquiatría de la UNAM y expresidenta de la Asociación Psiquiátrica Mexicana.
Los síntomas post-Covid
Lisette García no recuerda que la hizo llegar con un profesional. En 2020 — a inicios de la emergencia sanitaria por Covid-19 en México— empezó a notar que ya no podía controlar esa sensación, era un malestar que la dejaba sin ánimo de nada.
Considera que postergó el buscar ayuda. No por tabú o prejuicios, sino porque no quería cambiar la percepción que su familia tenía de ella.
“Lo que me daba ‘sentimiento’ era que mi familia fuera a enterarse que me acerqué a buscar ayuda porque ante sus ojos yo estaba bien. Entonces explicarles que la realidad era completamente distinta me aterraba, me daba mucha ansiedad”
A mitad de sus estudios de licenciatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) trató de acercarse a servicios profesionales a través de la institución. Se anotó en una lista de espera y eso hizo, esperar. La notificación de que había espacio disponible no llegó sino hasta dos años después de graduarse.
La pandemia fue un periodo en el que muchos servicios de salud no lograron darse abasto ante la demanda. En 2020, año en el que inició el confinamiento, se registraron un total de 7 mil 896 suicidios, marcando así uno de los periodos con mayor incremento de casos. En 2021 la cifra escaló a 8 mil 432. Pese a que el año siguiente la tendencia se redujo, no duró mucho tiempo: 2023 finalizó con 8 mil 837 casos.
¿Por qué esta tendencia, si para mediados de ese año ya se había declarado fin a la emergencia sanitaria? La clave puede estar en las huellas casi imperceptibles que dejó el virus.
“Las secuelas emocionales o el impacto en la salud mental que dejó la pandemia todavía se sigue viendo hasta el día de hoy. En parte tiene que ver con la dificultad de los jóvenes para poder adaptarse, para poder tener las habilidades sociales tras haber estado encerrados”
“Estos jóvenes experimentaron toda una etapa de su vida aislados, sin interactuar en persona. Hoy en día muchos chicos, muchas chicas, me comentan que les es difícil a veces hasta hablar por teléfono, comunicarse más con otras personas, como que son más de estar en redes sociales”, asegura la expresidenta de la Asociación Psiquiátrica Mexicana.
También les es más difícil adaptarse a las demandas académicas y a los estilos de enseñanza tradicionales. Hubo jóvenes que casi toda la prepa tomaron clases en línea. “Sentían como si hubieran pasado directamente de la secundaria a la licenciatura”.
En el caso de Lis, pese a que dejó de buscar opciones, su madre notó que algo no estaba bien. Fue así como en 2021 llegó con el psiquiatra que hasta el día de hoy la atiende.
“Yo pensé que era un psicólogo hasta que me dijo que necesitaba recetarme medicamento y pues … descubrí que me habían llevado con un psiquiatra. Esto fue luego de que el médico y mi madre acordaran hacerme una valoración para saber si necesitaba tratamiento psiquiátrico o sólo psicológico”
Más allá del virus
El confinamiento por sí mismo no fue lo único que aumentó la tendencia de suicidios que desde hace más de una década se ha mantenido: hay otros factores alrededor de ella, como el consumo de sustancias, violencia familiar, intrafamiliar o de género. Por otro lado, persisten ya desde hace tiempo variables sociales y hereditarias/biológicas (como lo son las enfermedades psiquiátricas).
“Por ejemplo, trastornos depresivos graves, trastorno bipolar, esquizofrenia, algún otro trastorno de la conducta alimentaria, de la personalidad. Todos se asocian con un mayor riesgo de conducta suicida”, detalla Cortés Morelos.
A la lista se suman la falta de oportunidades, problemas legales, deudas, el cambio climático, etc.
“Hay personas que pueden llegar a tener problemas para poder ser aceptados si es que ellos o ellas son homosexuales o población trans, que además son sectores sumamente violentados. Muchas veces eso también aumenta el riesgo de la conducta suicida”
Junto con la violencia, la población joven también está expuesta a la falta de aceptación dentro de la familia (especialmente en la adolescencia) cuando están en búsqueda de su propia identidad, pues no siempre es compatible con lo que los padres quisieran.
Actualmente y según la doctora Jacqueline, las mujeres presentan mayor número de intentos suicidas, pero la consumación es menor que en el caso de los hombres, pues usualmente este último grupo tiende a utilizar métodos mucho más letales.
Dinero, medicamentos y prejuicios
A Magdalena le recetaron fluoxetina. Para una familia muy tradicional, “donde la salud mental siempre había sido tratada a juego o como en muchos casos, hablando como si la gente estuviera ‘loca’”, fue complicado aceptar el diagnóstico.
“Ahí empezó una batalla. Mi papá, fiel a sus creencias, pensó que el tratamiento con fármacos me iba a crear «una adicción». Decidió que no me compraría el medicamento Entonces, mi mamá empezó a ayudarme a escondidas”.
En ese entonces y derivado de la diabetes el cuidar de su salud se convirtió en un desafío. Magdalena recibía atención psicológica, psiquiátrica, dermatológica, con el internista y con el oftalmólogo dentro del servicio público. Para recibir el apoyo tuvo que pasar por un estudio socioeconómico. Por aquel entonces, el Hospital Gea González formaba parte del Seguro Popular, lo que le permitió sobrellevar la situación.
“La atención era económica, considerando el costo de los servicios que recibía en opciones particulares. Por cada consulta nos cobraban 120 pesos”
Sin embargo, aún con ello fue complicado. Los fármacos sí tenían que compararse por fuera, así que cada mes, la madre de Magdalena se las ingeniaba para acompletar y procurar que a ninguno de sus tres hijos le faltara algo: compraba un cuarto menos de carne, o hacía modificaciones en el gasto familiar.
Actualmente, además de los servicios de salud pública existe la atención privada, como a la que accedió Lisette. De acuerdo con su madre, previo a llevarla a su primera cita, valoró todo el abanico de opciones profesionales a las que tuvo acceso, con precios variados que iban de los 600 hasta los mil 500 pesos por consulta.
“La ‘dificultad’ fue escoger uno que resultara asequible, pero procurando la profesionalidad”, recuerda.
A Lisseth le diagnosticaron ansiedad generalizada con tendencias a la depresión. Lo que realmente le impactó de la noticia fue el hecho de que necesitara medicación, pues desde su punto de vista no me sentía tan grave. Según la Primera Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado del INEGI (2021), en el país 19.3 por ciento de la población adulta tiene síntomas de ansiedad severa, mientras al menos 31.3 por ciento experimenta síntomas de algún grado.
“Creo que soy una persona distinta”
Hoy por hoy, las causas por las que más se llega a solicitar apoyo psiquiátrico tienen que ver con trastornos ansiosos o depresivos, los cuales son multifactoriales: se cruzan con la herencia, predisposición genética y el ambiente, por mencionar algunos.
“Es muy importante hacer énfasis que quitemos el estigma de que las personas que van con el psiquiatra son personas que están ‘locas’ como dicen coloquialmente”, explica la doctora Jacqueline.
Muchas veces, parte de lo que dificulta no solo la atención médica profesional sino también la prevención, es la falta de conocimiento que hay respecto a los temas.
“Hay quien llega a tener dermatitis atópica de ansiedad, o se le cae el cabello, o está todo el tiempo tenso, llega a tener hasta desgaste en los dientes, se muerde las uñas, le sudan las manos. No saben que eso que tienen es probablemente un trastorno de ansiedad”
En el caso de los episodios depresivos, la tristeza puede llegar a ser sustituida por el enojo, lo que puede crear un ambiente hostil en el hogar con peleas y tensión. “Un papá, una mamá que tiene un trastorno ansioso o depresivo puede llegar a ser muy violento”. Es cuando el círculo vicioso inicia.
“Nos hemos dado cuenta que si uno de nuestros pacientes tiene un familiar en casa que vive con algún padecimiento y no se trata, obstaculiza la mejoría de nuestro paciente a pesar de que él o ella ya se esté tratando”
“Hay que identificar que si yo tengo alguna emoción, conducta, que no me permite avanzar como yo quisiera, es hora de acercarme con un especialista para que nos oriente. Sin tener ese estigma en contra de los medicamentos que prescribimos: la mayoría no van a causar ni adicción, ni dependencia, al contrario, nos pueden salvar la vida o mejorar la calidad de la misma”
Gracias a la orientación psicológica y psiquiátrica, actualmente Magdalena tiene más herramientas para afrontar escenarios que en otro tiempo hubieran derivado en una crisis. No obstante, asegura que el cuidado de la salud mental no siempre es fácil.
Pese a sus recaídas, hoy en día Liss puede controlar mejor sus emociones y las situaciones que le detonan ataques de ansiedad.
“Aunque he tenido momentos de mucha paz y tranquilidad, también he tenido miedo, incomodidades o frustraciones que son propios del proceso. Pero, lo que sí creo es que soy una persona distinta a la que era antes de la terapia. Más fortalecida emocionalmente hablando”.
*MILENIO