PRD: el futuro o los demonios

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JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ

Si no se deja devorar por su principal enemigo, que son sus luchas y divergencias internas, el PRD podría aprender de lo que le está sucediendo en estos días: comprobaría que tiene muchas formas de incidir en la política nacional, más allá de arrebatos personalistas o de una oposición cerrada al diálogo. Tres estampas retratan esa realidad, esas posibilidades y los demonios internos que los atenazan.

La primera es el debate sobre los salarios mínimos. El jefe de Gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera ha logrado, por primera vez, colocar en la agenda nacional un tema que ha hecho girar en torno a ella al gobierno, al PRI y al PAN. La propuesta de aumentar los salarios mínimos, en la presentada por Mancera de 67 a 82 pesos para crecer gradualmente hasta 171 pesos, desvinculándolo de otras variables y ordenanzas, no sólo es acertada y posible, sino que además terminó arrastrando la propuesta del PAN de llevar el tema a una consulta popular (Gustavo Madero asegura que ya han alcanzado casi dos millones de firmas en apoyo a esa consulta) y al propio gobierno federal que, en un principio pareció oponerse a la propuesta, con la publicación de un acuerdo firmado por autoridades, líderes empresariales y sindicales en el que enfatizaban que ese aumento debía devenir de la productividad, pero que en los últimos días ha cambiado radicalmente su discurso, tanto que esta misma semana, Alfonso Navarrete, secretario del Trabajo, dijo, primero, que la propuesta en realidad era de la plataforma electoral del presidente Peña, y luego calendarizó los tiempos para implementarla. En septiembre para desvincular al salario mínimo de otras variables y en noviembre para fijar un incremento.

Todas son acciones positivas y que pueden respaldarse mutuamente. Pero el PRD debería tomar en cuenta que es la primera vez, en muchos años, que logra a través de una propuesta como la de Mancera (que paradójicamente no es, por lo menos aún no, militante del PRD, aunque sí su principal activo político) colocar un tema en la agenda para que lo hagan suyo los demás partidos y el gobierno federal. Es un logro político.

Como lo es que, finalmente, Silvano Aureoles y Miguel Barbosa, vayan a presidir las mesas directivas de las cámaras de diputados y senadores. Es la primera vez que eso sucede y ello deviene, sin duda, de la responsabilidad mostrada tanto en el Pacto por México como, en el caso de ambos coordinadores, en los debates legislativos. Con acuerdos o desacuerdos, tanto Aureoles como Barbosa, tuvieron una actuación seria y destacada en el proceso, cumplieron sus compromisos, y antes supieron llegar a ellos. Ahora presidirán ambas cámaras, con apoyo del PRI y del PAN. Se deben destacar dos cosas: primero, que ambos representan corrientes encontradas dentro del PRD: Aureoles respalda a Nueva Izquierda y a la candidatura de Carlos Navarrete. Barbosa, que rompió hace poco con Nueva Izquierda, es del frente que han formado las demás corrientes en contra de Navarrete, e incluso apoya en Michoacán la candidatura de Raúl Morónen contra del propio Aureoles. La decisión de PRI y PAN de respaldarlos a ambos, implica que esos partidos y el gobierno quieren dar una señal de que no intervendrán en la lucha interna del partido y de que tienen confianza de que ambos dirigentes no llevarán esa lucha a la presidencia de las cámaras. No son mensajes menores y Aureoles y Barbosa deberán (no dudo que lo harán) estar a la altura de esos acuerdos y compromisos que trascienden la lucha partidaria.

Una tercera estampa lleva más a pensar en los demonios internos del perredismo. Tiene razón, Francisco Garfias al escribir, días atrás que la foto del acto del frente que quiere impulsar a Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia del PRD parecía tomada en blanco y negro: Cárdenas junto a Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez es la foto de los años de la corriente democrática, de la ruptura con el PRI en 1987. Pero remembranzas aparte, no me gusta ver a un político como Cuauhtémoc de la mano con la corriente de René Bejarano y Dolores Padierna (o del propio Porfirio y no hablemos de Leonel Godoy) que ahora hablan de Cárdenas como el único hombre que podría unir al PRD, cuando durante años fueron sus mayores enemigos internos, los que llevaron casi al ostracismo para abrirle espacios a López Obrador y a sí mismos.

Cárdenas sí es una carta de unidad, pero dudo mucho de que esos sean los actores que permitan, quieran o puedan, instrumentarla. En realidad juegan la carta de Cárdenas para unirse entre ellos y tener un papel más protagónico en la elección interna. Quizás muchos sigan siendo actores en el futuro, pero las alianzas de Cárdenas serían más fructíferas en torno a los sectores que construyen acuerdos, desde Miguel Mancera (con el que trabaja y tiene una muy buena relación personal y política) hasta la propia Nueva Izquierda. Cárdenas junto a Bejarano no es una buena foto.