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La Cumbre Iberoamericana dejó tundeteclas frustrados. Confinados en una sala de prensa con una televisión gigantesca desde ahí miraron los días de las sesiones y se redujeron a tomar datos de los boletines de prensa
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Vivencias y anécdotas del corresponsal de Proceso en Veracruz
Quizá el peor trauma del corresponsal de Proceso en Veracruz, Noé Zavaleta, vivida y padecida en el año que termina fue la cobertura de la Cumbre Iberoamericana.
Por ejemplo, igual que otros cientos, miles quizá, de enviados especiales que habrían de pagarse el hotel y la alimentación, como ha de ser en una sociedad democrática, fue que un día, de pronto, zas, descubrieron que unos hoteles duplicaron el alquiler de la habitación.
El hotel Lois cobra una tarifa normal de 550 pesos, y en tales días la subieron a mil 50 pesos.
El hotel Casteló, recién inaugurado, cobra 800 pesos por un día, y en tales días lo subió a mil 800 pesos… sin que nunca, jamás, el magnate turístico Harry Grappa lo registrara, pues había quedado agotado cobrando la cuota a los ambulantes para vender en el Estadio Luis “Pirata” de la Fuente… hasta cervezas durante los Juegos Centroamericanos.
El periódico El País, de España, por ejemplo, tuvo tres enviados especiales desde la llamada madre patria.
Y ellos, igual que el resto de reporteros, fueron confinados a mirar y seguir la Cumbre desde un salón con una televisión gigantesca para sentir y vivir la emoción política y diplomática lo que, claro, enfureció a todos, porque mejor hubiera sido reportear desde la sala, cuarto de estudio, biblioteca de sus casas, mirando, por ejemplo, el canal oficial, TV Más, que transmitió muchos eventos.
Otra de las cositas más traumáticas que los enviados de América Latina también se llevaron fueron las excesivas medidas de seguridad.
Cada uno de los 22 jefes de Estado fueron custodiados por un convoy del Ejército, uno de la Policía Federal, dos policías en moto, dos Suburban blindadas como escoltas, una adelante y otra atrás de la Suburban donde viajaba el presidente de cada una de las repúblicas asistentes.
¡Ah!; pero en el caso de los presidentes de Colombia (el auge de los carteles), Paraguay y México (el furor por Ayotzinapa y la Casita Blanca de las Lomas), traían el doble de guaruras.
Es decir, ultra contra súper blindados en una ciudad súper blindada en todos lados. Bastaría referir que para ingresar al WTC, sede de la Cumbre, existían cinco filtros de seguridad.
Más los filtros de seguridad en la plaza Las Américas, de Boca del Río, incluso para entrar al estacionamiento, donde una escolta de cuatro elementos del Estado Mayor Presidencial revisaba cada uno de los automóviles y camionetas, debiéndose bajar de la unidad los tripulantes.
En contraparte, el presidente de Andorra, por ejemplo, a quien nadie conocía, tampoco los cárteles con sus malandros, llegó al cafecito en La Parroquia, fundado hace 206 años, solito, más que una compañía, al parecer el secretario particular, y por excepción ningún reportero lo registró. Tampoco, quizá, acaso, tengan conocimiento de que entre las 200 naciones del mundo hay un país llamado así.
LOS BOLETINEROS DEL GOLFO DE MÉXICO
El trauma superior del corresponsal de Proceso es que él, también, claro, el resto de tundeteclas, muchos maestros de la crónica y el reportaje quedaron reducidos a boletineros.
En efecto, durante los tres días de la Cumbre el presidente Enrique Peña Nieto fue feliz respirando la brisa marina que llegaba del Golfo de México, lejos de Ayotzinapa, un país ardiendo, carcajeándose con los chistes de Javier Duarte.
Pero, en contraparte, los diaristas, llegados de todos los confines del planeta, redescubrieron que las medidas de seguridad incluían una que otra rueda de prensa, sin preguntas; pero más aún, boletines y boletines para de ahí derivar la nota y la crónica.
Entre nosotros, dice Noé Zavaleta, nos apodábamos “Los boletineros”.
Incluso, el último día, Noé fue ‘de pisa y corre’ a Xalapa, temprano, antes del amanecer, por su mascota para zambullirse en las aguas del Golfo de México, a la altura de Antón Lizardo, ahí donde existe un hotel para perros y gatos, en tanto una amiga reportera le enviaba los boletines por el celular y a la bandeja de la computadora y hasta con la huella de sus labios pintados de rojo tenue.
Desde entonces, tal fue la dimensión del trauma, el colega está pensando en cambiar de giro periodístico a partir del año entrante.
No más boletines de prensa. No más ruedas de prensa con políticos. No más cobertura de eventos políticos.
A partir del primero de enero, voltear a la otra realidad social y económica. Los indígenas, los campesinos, los obreros, los pensionados, los secuestrados, los desaparecidos y los derechos de los animales, todos ellos con muchas, demasiadas historias que contar.
La sabia filosofía de Ryzard Kapuscinski, el mejor cronista del siglo XX, se le ha metido hasta el tuétano.
Decía Kapuscinski al jefe de prensa de Mijail Górbachov, el presidente de Rusia, cuando lo invitaba al país donde muriera John Reed, de tifo, durante la revolución.
“Mira, si voy a Rusia invitado por ti y Górbachov me hace esperar, me voy a encabronar.
Si Górbachov, me recibe, me contará sus proezas, de las que dudaré.
Un día, cierto, iré a Rusia. Por cuenta de mi periódico. Y hablaré con la gente, el pueblo, el ciudadano común y sencillo, para que ellos a su vez hablen del estilo de gobernar de Górbachov”.