Las mortificaciones de un viejo

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  • Algunos seniles viven angustiados porque su vida sexual se ha agotado y hasta se deprimen

  • Olvidan la medicina más simple y efectiva de la humanidad: nada conforta más el corazón que los nietos

  • Por eso, en la séptima década, luego de 30 años de servicio, la mejor terapia es vivir rodeado de niños

 

Luis Velázquez

 

LUIS_VELAZQUEZYa de viejos cada uno tiene sus mortificaciones que, incluso, se convierten en un asunto de seguridad nacional.

Por ejemplo, en un club de seniles que todos los días toman café en su restaurante favorito (antes, ni hablar, se reunían en un bar), hay un compita de la séptima década angustiado porque su vida sexual está agotada.

Y anda tan angustiado que desde hace ratito está yendo una quincena con el geriatra y otra con el terapeuta sexual para ver si resucitan sus partes y está a punto de alternar con el urólogo, porque de plano, la chis le gana en la primera de cambio y con frecuencia ha terminado con los pantalones mojados.

Otro compita ha sido advertido por su médico de cabecera, su amigo, de que si continua tomando Viagra, entonces su corazón tan frágil y débil está expuesto a un paro cardiaco, incluso, en el motel; pero con todo tal cual ha decidido morir, y ni hablar, lo decía Albert Camus, llega un momento en la vida cuando cada uno desea recuperar un poco la dignidad perdida.

Un compita vive deprimido esperando la muerte con resignación porque antes, dice, su vida giraba alrededor del antro y el motel y ahora se la pasa en el consultorio médico, en la farmacia y en el hospital, y en la iglesia rezando a Dios para un buen morir, sin sufrimientos ni agonía, ni menos, años tirado en la cama.

El otro día un anciano llegó con el libro La casa de las bellas durmientes del japonés Yasunari Kawabata, premio Nobel de Literatura en 1968, donde cuenta la historia de una casa de citas sólo para personas de la tercera edad y donde todas las chicas son vírgenes; pero, oh paradoja, ningún senil las puede tocar durante toda la noche, sólo contemplarlas, si acaso, sólo les permiten por una buena paga acostarse a sus lados, sin acariciarlas, más que oliendo el perfume de sus cuerpos recién bañaditos.

El anciano que siempre suele sentarse en la silla de la esquina, dando la espalda a la pared, contó entonces la historia de Memorias de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez, otro premio Nobel de Literatura, que copiando a Kawabata, escribió la historia de un anciano que a los 90 años de edad se da el regalo de acostarse con una virgen de 14 años.

Y la noche en que la dueña de la casa de citas le avisa que ya la encontró, el anciano aquel llega, feliz, enjundioso, para vivir y gozar la noche más intensa de su vida y a la hora estelar, ni modo, queda dormido.