Algunos investigadores están evaluando los supuestos beneficios de una tendencia al alza: acercarse a los textos estoicos en busca de un mayor bienestar
A principios de esta década, Alexander MacLellan, que investiga sobre psicología en la Universidad de Bath (Reino Unido), decidió que era hora de pasar el revival del estoicismo por el laboratorio. Había constatado que cada vez más gente remitía a las enseñanzas de Séneca o Marco Aurelio como fuente segura de bienestar. Proliferaban libros en los que la autoayuda se fundía con un consejo proverbial: retornar a los clásicos. La fiebre por las supuestas bondades de esta doctrina filosófica se cocía en cientos de grupos presenciales y online que congregaban a neoestoicos. Miles de cuentas en redes viralizaban citas y aforismos. “Vi que había una gran comunidad que le atribuía muchos beneficios y me dije que sería interesante aportar una perspectiva científica”, asegura por videoconferencia.
El primer estudio en el que convergieron los preceptos de esta escuela de pensamiento grecorromana y las métricas contemporáneas apareció en 2021 en la revista Cognitive Therapy and Research. Sus resultados mostraron una caída significativa en la rumiación de pensamientos negativos entre personas con fuerte tendencia a la preocupación. Durante el experimento, se pidió a los participantes que se sumergieran en lecturas seleccionadas y ejercitaran principios estoicos básicos. Se les instó, por ejemplo, a que entendieran la diferencia entre los hechos y el juicio que hacemos sobre ellos (esto último, insistían los estoicos, es casi siempre la verdadera causa de nuestro malestar). En el segundo estudio sobre estoicismo y salud mental, publicado en 2022 en BMC Medical Education, MacLellan y otros autores concluyeron un aumento de la resiliencia y la empatía entre estudiantes de medicina. En este caso, a las herramientas del primer análisis se añadieron otro tipo de técnicas, a destacar un recurso terapéutico de raíz estoica: la visualización negativa, es decir, el ponerse en lo peor (incluido el memento mori, la asunción de que todos moriremos algún día) y tirar de razón, humildad y perspectiva para ahuyentar al catastrofismo.
MacLellan colabora en sus investigaciones con Modern Stoicism (MS), una plataforma anglosajona que promueve —adaptándola al contexto actual— la filosofía fundada en el siglo III a. C. por Zenón de Citio. John Sellars, uno de sus miembros más activos y profesor de filosofía en la Universidad de Londres, admite que “aún estamos en una etapa temprana” en cuanto a la medición rigurosa de sus ventajas psicoemocionales. Él ya se ha subido al carro creando un programa de investigación específico que, confía, empezará a publicar resultados a finales de este año. También participa en la evaluación de las semanas estoicas que MS organiza desde 2012 por todo el Reino Unido. “No es propiamente investigación que pueda aparecer en una revista científica”, aclara Sellars, quien menciona el sesgo en la selección de la muestra y la ausencia de un grupo de control como “problemas metodológicos” que restan validez a sus hallazgos. Con esta cautela en mente, enumera, no obstante, algunos efectos que provoca la asistencia a una semana estoica: “Hemos observado consistentemente un descenso importante de las emociones negativas como el miedo y la ansiedad, en ocasiones de hasta un 20%. Y un incremento en la conciencia de que la vida tiene un sentido”.
La estadounidense Britanny Polat, fundadora de la ONG Stoicare, afirma que, en su experiencia, adentrarse en el estoicismo esclarece la búsqueda de un “propósito vital”. Y estima que esta ayuda para responder a nuestros porqués existenciales debería de erigirse en área de investigación predilecta. Las otras dos serían, en su opinión, “el bienestar entendido como edudaimonia [término griego que vincula la felicidad del ser humano con su posibilidad de florecer o prosperar] y la resiliencia ante la adversidad”. MacLellan añade, por su parte, otro pilar de la filosofía estoica cuyo aprendizaje y beneficios asociados podrían cuantificarse. Se trata de la célebre dicotomía de control: la evidencia de que hay cosas que podemos controlar (en especial nuestras acciones y nuestra forma de juzgar lo que nos va ocurriendo), pero que otras muchas, la mayoría, escapan a nuestra voluntad. Aceptarlo era, según Epicteto, una de las claves de la libertad interior, que él cultivó de sobra durante largos años de cautiverio.
La musa de la terapia cognitivo-conductual
En realidad, las investigaciones que combinan estoicismo y psicología no arrancaron —al menos en sentido léxicamente estricto— con el trabajo pionero de MacLellan. Antes ya existían varios estudios en los que ambas palabras (o sus derivados) figuraban vinculadas. El problema provenía de la confusión conceptual que arrastra desde tiempos inmemoriales, en español y otros idiomas, el término estoico. Durante siglos, se ha considerado digno de tal adjetivo a quien soporta imperturbable lo que le echen, sin quejas aparentes, elevando a los altares la contención de los sentimientos. Algunos investigadores hablan de esta visión reduccionista como estoicismo con minúsculas, y le atribuyen un significado bien distinto (en ocasiones opuesto) a las profundas reflexiones de los sabios antiguos.
Johannes Karl, de la Universidad de la Ciudad de Dublín, analizó en un estudio de 2022 el impacto sobre la salud mental de adoptar esta equívoca interpretación del término, que él denomina “estoicismo ingenuo”. Descubrió su relación negativa respecto al bienestar. Como actitud ante la vida, aguantar estoicamente no parece un buen consejo. Según Karl, otras investigaciones que han partido de esta noción desencaminada o directamente errónea de estoicismo adolecen de un “cierto sesgo de género”, ya que priorizan una idea de masculinidad equivalente a la “represión emocional”. Este investigador ofrece un adelanto de su próximo estudio, cuya publicación se prevé para los próximos meses: “Las personas que se identifican con el estoicismo con mayúsculas están mucho más abiertas a recibir psicoterapia que aquellos que se decantan por su versión en minúsculas, los cuales tienden a pensar que eso no es para ellos, incluso que es un timo”.
Curiosamente, si alguien decide ir al psicólogo, resulta probable que el profesional le enseñe a regular sus pensamientos y emociones por la vía estoica. Al menos de manera indirecta. Los cuatro expertos entrevistados para este artículo destacan la poderosa influencia que el estoicismo ejerció sobre los fundadores de la terapia cognitivo-conductual (TCC), una de las más habituales (si no la más) en los gabinetes de psicología. “Autores como Aaron Beck y Albert Ellis reconocieron explícitamente que se habían inspirado en él”, recuerda Sellars. En sus obras y artículos, el autor Donald Robertson ha detallado los paralelismos entre filosofía estoica y TCC. Para Sellars, la abundante literatura que certifica la eficacia de la TCC aplica también, en cierta medida, para el estoicismo. Aunque este “ofrezca algo más, un marco para estructurar nuestras acciones y actitudes” que trasciende “aquellos momentos de crisis” en que, por lo general, uno se decide a recurrir a la psicoterapia.
*EL PAÍS