A final de año todo trabajador recibe un pago extra a su sueldo, el famoso aguinaldo, que para unos llega y para otros nomás nada de nada. En ese sentido la Ley Federal del Trabajo establece los mecanismos y normas que rigen el monto a recibir y la fecha límite para hacerlo.
La mayoría de los ciudadanos reciben aguinaldos raquíticos, que a pesar de eso sirven para solventar los gastos de fin de año y alguna que otra deuda que haya que pagar, sin embargo hay otros ciudadanos que son medidos con diferentes raseros, y es que como diría el ascensorista: hay niveles.
La clase privilegiada del país, los cercanos a los círculos del poder, son de esos mexicanos que no padecen el fin de año ni saben de la cuesta de enero, que ahora ya dura hasta noviembre; ellos, los que reparten el queso, son los que, como nuestros diputados veracruzanos, “no la sufren”.
Y me permito hacerle aquí una pregunta, hasta de mal gusto si usted quiere, estimado lector, pero ilustrativa para efectos de la columna de hoy: ¿qué haría con un aguinaldo de 85 mil pesos, libres de polvo y paja? Quizá pagaría todas sus deudas, a lo mejor mejoraría su vivienda o hasta le alcanzaría para una casita en alguna colonia popular; acaso cambiaría el auto, o guardaría para su vejez, o tal vez pondría un negocito para mejorar la economía familiar… tantas cosas que un ciudadano promedio podría hacer con ese dinero. ¿Y por qué esa cantidad y no otra? Pues porque eso será lo que reciban nuestros esforzados diputados veracruzanos este fin de año; sí, esos que nomás van dos veces a la semana a levantar el dedo, digo, a trabajar; esos que son salvaguarda de las leyes que nos “protegen”, esos dedicados hombres y mujeres que, por ejemplo, aprobaron la Ley del IPE sin leerla siquiera y que la Suprema Corte declaró recientemente inconstitucional; o que nomás no pueden con cosas como la Reforma Educativa porque no saben cómo homologar los asuntos estatales con los federales; esos que se duermen en las comparecencias, porque están muy cansados y prefieren que los secretarios del Gabinete hagan su circo sin cuestionarlos ni nada; esos que, como un diputado del PAN del cual no quiero decir su nombre porque me purga tanto cinismo, le aprobó los nuevos impuestos al alcalde de Xalapa y luego dijo que ni leyó lo que aprobó, que porque “se lo pasaron de humo”, ¡hágame el jodido favor! (Iba a poner pinche en lugar de jodido, pero se veía refeo), esos, nuestros preclaros legisladores no pasarán penurias ni pesares.
Y luego no quieren que la sociedad los critique ni los cuestione, y se ofenden si los ciudadanos se indignan por ver lo que ganan, y hasta justifican sus cobros, diciendo lo que dijo Julen Rementería, diputado por el PAN: “que fue un año legislativo muy productivo y eso explica el monto del aguinaldo”. (Puede usted, en este punto estimado lector, reírse o soltar una maldición.)
Y si eso pasa en una legislatura local, imagínese lo que pasa en la federal, en el senado, en las secretarias, en las altas direcciones y en todo el sistema de altos y medios mandos del sistema burocrático nacional, para acabar pronto. Triste nuestro cuadro, verdad de Dios.
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