Este fin de semana muchas personas habrán de empezar a poner su arbolito de Navidad, símbolo por antonomasia de las fiestas decembrinas.
La costumbre de poner un árbol adornado no es, contrariamente a lo que muchos piensan, una tradición cristiana de origen, pues algunos historiadores dicen que dicha práctica fue la modificación de una vieja leyenda babilónica, que decía que durante una noche un árbol verde se desarrolló de un tronco muerto. Significa que el dios Sol Nimrod (tronco seco) reencarnó en Tamuz (árbol verde) cuando su madre Semiramis lo parió esa noche. Aunque hay quienes dicen que surge de una tradición de los romanos antiguos, quienes adornaban árboles con cerezas para celebrar a Apolo, y que los germanos en el siglo VII le empezaron a colgar golosinas para sustituir las creencias paganas de la encina sagrada en honor a Odín. Pero bueno, el origen que haya tenido ha derivado, y eso es lo que quiero abordar ahora, en que en nuestros días la gente acostumbra poner un árbol dentro de su casa y lo adorna con luces y esferas de vidrio de colores, lo cual de alguna manera tiene un impacto en el medio ambiente y en la ecología.
Se dice que cerca del 98% de todos los árboles de Navidad naturales vendidos en el mundo son cultivados en viveros especializados, lo cual no sólo mantiene el control entre los árboles que se cortan y los que se siembran, sino que también da trabajo a muchos campesinos. No obstante, el 2% restante sigue significando un alto número de árboles talados mayoritariamente de manera irresponsable. Nomás para darse una idea, hay biólogos que dicen que un árbol vivo da oxigeno como para 18 personas, esto además de la captación de agua, el impedimento de la erosión del suelo, la regulación de la temperatura, etcétera; así entonces, la tala inmoderada de árboles en aras de una tradición pareciera un absurdo, dadas las condiciones de calentamiento global que han acelerado el cambio climático. Y si ustedes, estimados lectores, habían pensado como yo, que todo se soluciona comprando un arbolito artificial, se han equivocado, pues la famosa huella ecológica (el tiempo que se afecta a la ecología cuando se produce un bien o servicio) de uno de esos remedos de árbol es de casi veinte años, y eso no contando con el consumo de energía eléctrica de los foquitos, lo que tarda en descomponerse el plástico de los adornos, la contaminación del suelo por la basura que generan los empaques, etcétera.
Como la Navidad se celebra sea como sea, lo único que queda es ser creativo. Actualmente hay compañías que rentan un árbol, éste trae raíces y se tiene que regar, pero acabando la celebración se puede sembrar nuevamente; también se vale reciclar, pues un árbol natural, si se deja secar en donde no se moje, puede servir dos o tres años nomás pintándolo de diferente color. En fin, el chiste es tratar de que lo que hacemos y celebramos no dañe más a nuestro pobre, contaminado y acalenturado planeta. Pasen ustedes un muy buen fin de semana.
Comentarios o sugerencias: motardxal@gmail.com