Por Alejandro Hernández y Hernández
El director de la Benemérita Normal Veracruzana, Fidel Hernández Fernández, dijo a un medio local hace unos días que el gobierno mexicano ha reducido el presupuesto para la educación, cosa que, expresó, era lamentable.
Cosa más cierta no he podido leer, pues mientras aumentan los presupuestos para cosas como la seguridad, el combate al narcotráfico y hasta para comprar un avión nuevo para el Presidente, lo destinado a la educación, a la cultura y al combate del analfabetismo, se redujo de manera inexplicable. Los resultados de la subestimada, por maestros y funcionarios de Educación, prueba PISA, revelan que México es el país que cuenta con el mayor porcentaje de estudiantes con el nivel más bajo de lectura y además cuenta con el menor porcentaje de estudiantes clasificados en los niveles superiores. Y es que aunque hay muchas escuelas el sistema educativo es ineficiente. No hay equidad educativa; es decir, es cierto que la educación es gratuita, actualmente hasta la preparatoria, sin embargo sólo uno de cada cuatro alumnos puede completar los doce años de educación. La escuela no da de comer, esa es la gran verdad, y muchos niños y jóvenes desertan para ponerse a trabajar. Asimismo existen marcadas diferencias en cuanto a la calidad educativa que se da en los diferentes estratos de la sociedad, no es lo mismo una escuela en un barrio urbano pudiente que en una colonia de la periferia, aun y cuando el programa de estudios sea el mismo, como tampoco lo es en una zona rural o en una comunidad indígena; a final de cuentas la escuela acaba siendo el reflejo del entorno en donde se encuentra y no sirve para cambiar, como se esperaría, las condiciones de vida de los que asisten a ella. Existen experimentos interesantísimos que comprueban lo anterior.
En la ciudad de Washington, en Estados Unidos, se implementó un programa en el cual a varios niños de escuelas de zonas marginadas se les cambió a escuelas en zonas con más recursos económicos. Los niños, en un entorno diferente, alimentándose mejor y conviviendo con niños con otra calidad de vida, mejoraron notablemente sus calificaciones y perspectivas acerca de su familia y de lo que querían ser cuando crecieran. Es decir, entender que existen mejores condiciones de vida, otros modos de verla y enfrentarla, cambió el modo de pensar de esos pequeños significativamente.
La escuela, por tanto, debería de cumplir no sólo con el aspecto académico sino que debería de servir como una ventana a mejores condiciones de vida para quienes asisten a ella. Hoy en día en México una escuela en una zona pobre es una escuela pobre que egresa niños que, desafortunadamente, serán pobres. Urge romper ese círculo vicioso.
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