POR ALEJANDRO HERNÁNDEZ
En México existe una tradición sin igual en el mundo, los Días de Muertos. Durante ese tiempo se recuerda a los que han fallecido, amigos y familiares, y se les rinde una especie de homenaje montando un altar con ofrendas de lo que a ellos les gustaba comer y tomar; en algunas regiones, incluso, se les venera directamente en los panteones.
Lamentablemente el título de la columna de hoy poco tiene que ver con ese sincretismo católico-precolombino, pues más bien se refiere a la terrible violencia que nuestro país está viviendo, que ha hecho que todos los días sean días de muerte y desolación.
Ayer, en más de cincuenta ciudades del país, y en varias más del extranjero, se llevaron a cabo marchas y protestas por un hecho de violencia extrema que, días antes, ya habíamos acotado aquí mismo: la matanza despiadada de una media centena de estudiantes normalistas en el estado de Guerrero.
La sin razón empieza a campear entre quienes nos gobiernan, esa sin razón que es tradicional en el crimen organizado, estado alterno que gobierna regiones enteras y que, con la más insultante impunidad, se ha adueñado de la vida de muchos mexicanos. Qué triste saber que en el caso que nos ocupa, crimen y policía sean uno mismo; qué desalentador entender que la maldad se ha enquistado profundamente en las instituciones del país, pero peor aún, que rabiosamente insultante es comprender que ese poder maligno está enfrentando a mexicanos contra mexicanos. Hoy, en realidad, estamos viviendo una guerra civil de influjos extraños y viles, que ha corrompido a las instituciones que procuran la justicia y la seguridad, al Ejército mismo, y que está atentando contra el legítimo estado de derecho y la gobernabilidad de muchos estados de la República, cuando no del país mismo.
Ayer, antier, todas la semana los políticos, esos que nada hicieron para evitar la tragedia, han dado declaraciones de “indignación” y “enojo”, falsas como sus promesas de campaña, falaces como sus “sí protesto” cuando les preguntaron si harían valer las leyes. Las marchas quizá no arreglan nada, pero a lo mejor sí harán recapacitar a muchos de los que ahora están en el gobierno, que el pueblo se está cansando, se está hartando de que no haya garantías, ya no se diga para trabajar o estudiar, sino para vivir.
Ya nomás va a haber de dos sopas, o toman la política con seriedad y le responden al pueblo, o el pueblo tomará a los políticos y los pondrá en donde les corresponde. La gente se está manifestando en las calles, cada vez en mayor número y con mayor frecuencia, no quieran, señores políticos, desentenderse de esas señales tan obvias. El México bronco había estado dormido, pero sus muertos lo están despertando. ¡Cuidado!
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