Por Alejandro Hernández y Hernández
Ayer comentaba la grave situación de violencia que se vive en todo el país, y de cómo la ciudadanía se había manifestado, protestando por la desaparición forzada de media centena de estudiantes de una escuela normal en Ayotzinapa Guerrero.
Lo que ocurrió antier en las calles de casi todas las ciudades del país, y en muchas del mundo también, es una muestra clara del hartazgo ciudadano ante la complicidad de algunos gobernantes con el crimen organizado, y una advertencia muy clara de que las cosas tienen ya que empezar a cambiar. De esto deberían de dar información puntual los medios de comunicación y los que se dicen comunicadores, pues es este el momento en que el periodismo tiene que volverse aliado de las justas causas ciudadanas o, cuando menos, no ocuparse en distraer la atención de lo que verdaderamente importa.
Este miércoles ocurrió un hecho inédito; luego de mucho tiempo la sociedad mexicana se unió en un solo grito: justicia. Miles de personas salieron a la calle a expresar su enojo y a exigir al gobierno que cumpla con su deber, lo cual debería haber sido, como lo fue en otros países, una nota de primera plana, sin embargo, para varios comunicadores la marcha, y los motivos que la causaron, pasaron a segundo término y se ocuparon en hacer notar la agresión que sufrió Cuauhtémoc Cárdenas, quien también participó y fue vapuleado por una treintena de radicales que le reclamaban, no su complicidad sino su indiferencia hacia los problemas que han terminado por ocasionar lo que ahora estamos viviendo. Y no digo que sea justo lo que le pasó al señor Cárdenas, sino que ante un hecho histórico, trascendente y que ha logrado despertar las consciencias, tan adormiladas casi siempre, de los mexicanos, parezca más importante hacer notar un hecho aislado, que casi era lógico que se diera porque claramente se había convocado a no partidizar políticamente la marcha.
Ayer por la mañana oía el noticiero de Adela Micha —quien sustituyó a Pedro Ferriz de Con luego del escándalo de faldas en que se vio envuelto—, en él la señora dedicó amplio espacio para acotar lo sucedido al líder moral del PRD, como si la terrible indignación de cientos de miles de mexicanos fuera menos importante. Adela Micha, por cierto, fue la que dijo que un presidente de la República no estaba obligado a leer libros y la que, por sus méritos periodísticos, recibiera el primer Honoris Causa de quién sabe cuántos van ya, por la Universidad Autónoma Popular de Veracruz. ¿Qué se podía esperar, verdad?
No olvidemos lo importante, que ya va siendo justo ponernos del lado de nuestros conciudadanos más agredidos; mañana podríamos ser nosotros los que necesitemos de esa solidaridad.
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