La artista Julieta Aranda lleva su reflexión sobre el tiempo al MUAC

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Por Héctor González

Julieta Aranda (Ciudad de México, 1975) llegó al arte contemporáneo casi por casualidad. Su plan de vida apuntaba al cine, pero una serie de fotografías sobre el jet lag, la colocó en la mira de los curadores.

Hoy, sus rutas de trabajo oscilan entre la fotografía, la escultura, la instalación y el video arte, ejemplo de ello es la exposición Coordenadas claras para nuestra confusión, que a partir del 23 de noviembre se podrá visitar en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo, en la UNAM.

Esta es la primera ocasión en que Arana expone en un solo espacio su obra relacionada con el tiempo y la relación entre el ser humano, la Tierra y la tecnología. Sus piezas desafían los límites entre el sujeto y el objeto, a la vez que incorporan encuentros fortuitos, la autodestrucción y los procesos sociales.

Eres una artista que reflexiona sobre el tiempo, ¿cómo tomas hacer una retrospectiva de tu trabajo a lo largo de los años?

Lo primero que me hace sentir es que ya no puedo decir que soy una artista joven o emergente. Las cosas cambian constantemente y revisar el trabajo es rarísimo, las piezas incluidas en la retrospectiva nunca habían convivido entre sí y verlas en un mismo espacio supone enfrentarme a ellas de otra manera, es como probar si todavía funcionan. En teoría no debería ponerme nerviosa, pero la verdad es que sí lo estoy.

¿Qué es lo que te pone nerviosa?

Ver el trabajo y pensar qué tan comprensible será para los visitantes. Es la primera vez que expongo todo mi trabajo relacionado con el tiempo en un solo lugar.

¿Ha cambiado tu noción del tiempo a lo largo de los años?

Sí, pero aún le sigo encontrando rutas por donde entrarle. Nunca lo abordo desde el mismo punto de vista, eso sería muy aburrido. Hablar del tiempo implica una conversación muy rica y generosa para mí.

¿De las piezas incluidas en la exposición cuál es la que mejor se sostiene en el tiempo?

Creo que todas piezas tienen sentido, en algunas trabajé diez años. Hasta eso creo que a ninguna le han sentado mal los años, pero sí te podría decir que “Cámara Oscura”, es una pieza muy sencilla pero que me gusta mucho. Te asomas por un agujerito en la pared y lo que hay es una Cámara Oscura que invierte la imagen de modo que ves un reloj de arena que está cae hacia arriba.

 

 

¿De dónde viene tu interés u obsesión por el tiempo?

Creo que empezó de una manera un poco inocente, hace más de 20 años. Regresaba de Japón porque había ido a filmar para otro artista, entonces yo vivía en Nueva York, donde estudiaba cine. Por el horario en que fue el vuelo me tocó ver una puesta de sol durante 11 horas, fue un espectáculo maravilloso. Aquella experiencia me marcó y me hizo pensar en el jet lag, en el tiempo que pierdes y el que ganas. A partir de ahí empecé a pensar cuál es la diferencia entre una hora y otra. Más adelante, por cuestiones de trabajo descubrí la existencia de Kiribati, una nación muy pobre que movió la línea internacional del tiempo, porque la atravesaba por la mitad. Por supuesto esa línea es subjetiva, pero pese a que el país está a punto de hundirse, ha hecho lo que nadie: mover el tiempo. Creo que ese fue el detonante.

¿Por qué cambiaste el cine por el arte contemporáneo?

 También fue un proceso accidentando. Hice la carrera y soñaba con presentar mis películas en festivales. Quería hacer mi primer largometraje a los treinta años, en fin, toda mi vida estaba planeadísima. El problema es que no aceptaron ninguno de mis proyectos en los festivales. Al mismo tiempo me empezaron a invitar a exposiciones, porque a partir de pensar en el jet lag hice una serie fotográfica sobre aviones. En una ocasión, una persona que luego supe era curador, vio las fotos y me invitó a la Bienal de La Habana para montar mi primera exposición. Todavía yo me resistía y me seguí considerando cineasta hasta que un amigo me dijo: “Julieta, acepta lo que eres. No eres cineasta, sino artista”. Cambiar de carrera y rubro me conflictúo muchísimo, al punto que dejé de ir al cine por años.

Es curioso que tu reconocimiento como artista viniera por fuera. Has hecho fotografía, video y escultura, ¿cómo encontraste tu lenguaje?

Tardé bastante en hacer video o cine, empecé con la fotografía y la escultura, hoy ya me reconcilié con el audiovisual.

¿Qué es el tiempo hoy para ti?

El tiempo es algo subjetivo y casi imposible de definir. San Agustín decía que “si me lo preguntas no sé, pero si no me lo preguntas sí sé”. Creo que el tiempo es lo que nos permite darnos cuenta de los cambios. Sin cambios no habría tiempo, sería como un instante perpetuo. Entiendo que los calendarios y relojes son útiles para llegar a tiempo, para tomar un avión o para que te paguen, pero ese tiempo es funcional y utilitario, no experencial. El tiempo medido no me interesa mucho, me llama la atención como sustancia subjetiva. Mi forma de experimentarlo es distinta a lo que sucede en otro lugar. El tiempo para los seres vivos y no vivos no es la misma cosa. El tiempo de un árbol que vive 500 años, es distinto al mío o al de una mosquita de fruta que apenas vive tres días.

Hoy parece que vivimos obsesionados con el tiempo, ¿no?

El tiempo utilitario o medido es un instrumento del capital, de ahí viene un poco el interés actual. Por otro lado, en lo cultural, me parece que a partir de las fechas inexorables que tenemos encima, como de saber que dentro de 50 años se van a derretir los casquetes polares, hay una obsesión por revertir o solucionar cosas. Vivimos como en un tic-tac constante y sabemos que, de no hacer algo, veremos la sexta extinción.

 

 

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