Luis Velázquez
4 de octubre de 2020
Se está dando, parece, un giro laboral en Veracruz. Con tanto desempleo, incluso, con profesionales egresados de universidades, cientos, quizá miles, de paisanos, aprenden un oficio calificado para autoemplearse.
Todos ellos, dice el CECATI 42, Centro de Capacitación Industrial, aprendiendo albañilería, carpintería, electricistas, soldadores, administración y contabilidad básica y enfermeros.
Se trata de una apuesta técnica y, bueno, los mejores deseos para encontrar una oportunidad laboral, cuando el empleo informal ha sido uno de los más afectados en el tiempo del coronavirus y la recesión.
Bastaría referir, por ejemplo, que los albañiles, carpinteros, fontaneros, electricistas y pintores del barrio son los más desesperados tocando puertas, hablando por teléfono, enviando correos electrónicos, solicitando una chambita.
Y muchos, con frecuencia, ofreciéndose para lavar el carro de casa.
Peor tantito, muchos jefes de familia dedicados al empleo informal, además de las trabajadoras domésticas, meseros y músicos, pidiendo limosna en el crucero de la esquina.
Ahora mismo, la declaración mediática de la CTM Veracruz enunciando que unos cien agremiados, todos meseros, están desesperados pues desde hace un semestre los restaurantes y cafeterías están cerrados en la franja turística Veracruz-Boca del Río.
La mala racha, por ejemplo, alcanza la industria automovilística y los distribuidores advierten, sienten y presientes que acaso podrían reponerse hasta el año 2024.
Peor tantito, si se considera que el obradorismo logró en el Congreso de la Unión la aprobación unánime para desaparecer más de cien fideicomisos con el consiguiente despido burocrático.
Incluso, el tianguis de la secretaría de Desarrollo Económico de Veracruz con la venta de higos, mangos y pambazos apenas, apenitas significó una vacilada, un apapacho oficial, para crear el espejismo de una recuperación económica inusitada.
Aplausos, hosanna, hosanna, al CECATI 42 por enseñar oficios técnicos, pero la solución salomónica parece sin efecto.
Ninguna trascendencia social tendrían los microcréditos de la SEDECO de diez mil pesos a pagar en 24 meses sin intereses para apoyar a los pequeños comerciantes en un tiempo cuando la mayoría de las familias, sin excepción, se aprietan los cinturones para vivir todos los días con la más canija austeridad franciscana, tiempo cuando hasta los ricos se sienten jodidos con la caída de sus ganancias millonarias.
MERCADO SATURADO
Pedro es el fontanero del barrio. De casa en casa y de maicito en maicito suele llenar el itacate para la familia.
Pero desde la pandemia, la vida, un infierno. Días cuando se plano llama a la puerta para solicitar un préstamo porque ni un centavo tiene para el día siguiente.
Entonces, en la más canija desesperación social muestra los zapatos rotos de las suelas y sin un centavo para remendarlos.
Luego, revela que en casa él y su esposa solo están haciendo, y mal, dos comidas al día para que los hijos puedan hacer las 3 comidas.
Y de paso, el peor infierno cuando tiene un trío de hijos menores en la escuela primaria y secundaria y como las clases son en línea apenas y tienen una televisión y entre ellos, la rebatinga para recibir sus clases.
Es el mismo caso de Tomás, el pintor. Tomás vive de pintar viviendas. Y la chamba está desplomada. Nadie pinta. La economía estrangulada ha reducido toda posibilidad. Y aun cuando las casas necesitan el mantenimiento la mayoría, mejor dicho, lo están dejando para el nuevo tiempo anunciado con la recuperación económica y que unos expertos calculan en 5 años y otros en diez.
Por eso, enseñar oficios técnicos en los institutos de capacitación oficial constituye la venta de esperanzas porque el mercado local y regional está cerrado.
COCTEL EXPLOSIVO
Mera coincidencia, acaso notorio por las circunstancias, los robos en casas se multiplican.
Las páginas policiacas de los medios llenas de notas con robos. Los vecinos anunciando cada mañana que robaron en la casa de la esquina, a dos, tres, de las suyas.
Se dirá que la delincuencia común se manifiesta. Pero al mismo tiempo, el sociólogo de la esquina dirá que los robos aumentan a tono con el desempleo porque los ladrones y raterillos están casados y tienen esposa e hijos y necesitan alimentarlos.
El triángulo del mal, cerrándose con un cóctel explosivo:
Uno, la pandemia. Dos, la recesión. Tres, el desempleo. Cuatro, la mendicidad. Cinco, la limosna en la vía pública. Y sexto, los robos.
LAS NOCHES EN VELA
Por todos lados se escuchan los estragos económicos. También, el desencanto social, agudizado porque nadie mira una lucecita alumbrando el fondo del túnel en que ya estamos.
Incluso, cada vez se multiplica el número de ciudadanos con el pesimismo por delante camino a la depresión, enfermedad mental que suele llevar al suicidio.
Lo peor viene cuando de pronto, el desempleado pasa la noche en vela mirando el techo de la recámara buscando soluciones que por ningún lado encuentra.
Más porque la recesión pega en el cien por ciento de las fuentes de empleo, tanto privadas como oficiales.
Basta repasar el número de empresas, fábricas, industrias, negocios, comercios y changarros quebrados y con las puertas cerradas y el consiguiente despido de personal, en tanto en el gobierno aplicados en la austeridad republicana para despedir al mayor número de burócratas y congelar las plazas.
Don Fernando Gutiérrez Barrios decía que la estatura de un político y de su generación se calibra en los grandes desafíos pues salir adelante con los vientos favorables ningún chiste ni significado ni gracia tiene.
En Veracruz, la tribu de MORENA en el poder estatal deja mucho que desear. Las circunstancias los han evidenciado.
Todavía de burla y pitorreo, desdén y menosprecio, agarran la moruna para cortar el monte en lote baldío de la secretaría de Educación como la más alta expresión genuina de su filosofía política para ejercer el poder.