Expediente 2014

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El rancho San Julián

En la finca del rancho San Julián, en Perote, propiedad de José Abraham Yunes Suárez, don Pepe, hay una mesa en el comedor larga, gigantesca, como para 20 personas, apretaditos unos 30.
La silla principal es una silla diferente a las restantes. Tiene brazos para descansar y el respaldo y el asiento son de cuero, parece.
Desde allí, se mira el mundo sin torcer el cuello, sin desviar la mirada, sin parpadear, vaya.
Y allí, desde Marco Antonio Muñoz Turnbull, 1950-56, han caminado el resto de jefes máximos de la política priista en Veracruz, donde Guadalupe Victoria fuera el primer gobernador hasta Antonio López de Santa Anna, en tres ocasiones.
Primero, se sentaron invitados por don Julián Yunes, el abuelo del senador Pepe Yunes, y luego, por don Pepe, el padre del senador.
Así, Antonio Modesto Quirasco, Fernando López Arias, Rafael Murillo Vidal, Rafael Hernández Ochoa, Agustín Acosta Lagunes y Fernando Gutiérrez Barrios y los que siguen… han escuchado el conjunto musical que don Pepe armó con los trabajadores de la calera, una de las empresas de la familia, que ahora es atendida por las tres hermanas del senador, dos de ellas gemelas, comadres, por cierto, del alcalde de Xalapa, Américo Zúñiga Martínez.
Un día, Acosta Lagunes dijo a don Pepe: “Haz política. Dime el cargo que quieras y te lo doy”.
El padre del senador reviró de una forma sabia, simple y sencilla, real:
“Gracias, Agustín; pero yo hago cal”.
“Haz política” insistió el góber.
“Hago cal” insistió don Pepe.
Un día, Gutiérrez Barrios le dijo:
“¡Ay, don Pepe, pronto me iré de Veracruz y lamento haberlo conocido hasta ahora”.
Reviró don Pepe:
“No, don Fernando, lamento haberme acercado a usted, El hombre-leyenda, demasiado tarde”.
Un día, Fidel Herrera Beltrán le dijo:
“Tu hijo será gobernador, mi relevo”.
“Gracias, Fidel”.
Don Pepe quedó esperando.
Y aguantó vara.

LA MUERTE DE DON JULIÁN YUNES
Pero en el rancho San Julián, 220 hectáreas donde los búfalos, las llamas, los borregos y los perros cohabitan como hermanitos, también hay, como en la vida misma, dolores y sinsabores… que vienen desde la gubernatura de Veracruz.
Fue en el sexenio de Fernando López Arias, 1962-1968. Don Pepe tenía 21 años de edad.
López Arias y su padre, don Julián Yunes, eran amigos. Iba don Fernando al rancho. Iba don Julián a Xalapa.
Incluso, construyó alguna obra pública en aquellos años. Caminos, por ejemplo.
Así, por alguna razón, el gobernador tardó uno, dos, tres años, en pagar la construcción de una carretera en la región de Misantla a don Julián.
Y un día pidió a López Arias le pagara, porque había transcurrido demasiado, excesivo tiempo y necesitaba liquidez.
Y se hicieron de las palabras.
Uno gritó y el otro también.
Uno ofendió y el otro, con la sangre libanesa, bragado, le asestó una cachetada y Fernando López Arias, procurador de Justicia de la nación, senador de la república, amigo, amigazo del presidente Adolfo López Mateos, bajito de estatura, cayó al suelo.
Un guardaespalda del gobernador tomó la pistola y sin más disparó a don Julián.
En la noche del tiempo la memoria se ha diluido; pero aun cuando se ignora la consecuencia inmediata de los balazos, don Julián perdió la vida.
También la amistad con el gobernador se rompió.
Los cinco hijos de don Julián marcaron una raya.
Y la vida fue luchar y luchar y luchar con paso redoblado.

EN LA VIDA CADA QUIEN TIENE SU ESPACIO Y TIEMPO
“Son los genes” dice don Pepe, pues aun cuando los libaneses somos comerciantes por naturaleza y los sirios son bélicos, también traemos la sangre encendida.
Yo, expresa el padre del senador, no estudié. He entregado mi vida al trabajo. Nunca he aceptado un cargo político. Y las diferencias las arreglo con diálogo. Y si el diálogo fracasa, tengo bien puestos los de abajo.
Además, dice, mis trabajadores son leales.
Se le dice: “Don Pepe, la gubernatura de Veracruz para el año 2016 pasa por el rancho San Julián”.
Y la respuesta es una carcajada de 45 segundos, un minuto, más tiempo, que crepita al mismo tiempo que castañean en la chimenea los trozos de madera calentando el comedor, donde la neblina está a punto de filtrarse desde el patio que parece una larga y gigantesca mesa de billar.
Luego, de regreso a la observación que escudriña, don Pepe dice: “Mi padre ordenó construir esta silla principal de la mesa y así se conserva. Y aquí me siento. Ni hablar, soy el padre de familia. Pero la silla es incómoda. Porque tiene las patas demasiado altas y me siento y las piernas me cuelgan y hasta levito”.
Entonces, se va por la libre y dice: “Aquí, en esta silla, cualquiera puede marearse”.
Luego, calla. Fuma el mismo puro que apaga y vuelve a encender. Su hijo, el senador, platica sobre los debates en el Congreso de la Unión. Cuenta anécdotas, charadas, cosas serias, los años del ITAM, los amigos de entonces, los mismos de ahora.
Y don Pepe lo observa en silencio, respetuoso de su tiempo y espacio. Igual que en el Eclesiastés. Hay tiempo para una cosa. Y para otra. Y para otra. Y en la vida cada quien tiene su tiempo.