Hacer carrera académica dejó de ser una opción. Una nueva generación de biotecnólogos prefiere crear ‘startups’ para resolver el cambio climático y curar enfermedades.
UNO. Hoy en día los productos ‘biotecnológicos’ por excelencia son las vacunas. Pero gracias a los adelantos en las ciencias, así como en las tecnologías de la información, es posible lograr innovaciones inimaginables. Incluso fundar emprendimientos. Jóvenes de México preocupados por el cambio climático buscan generar desarrollos que logren revertir y hacer negocio al mismo tiempo. Un ganar-ganar.
En uno de sus informes, la consultora McKinsey habla de una “Bio Revolución” provocada por nuevos productos para la agricultura, la salud, materiales y energía, en la búsqueda de soluciones para el cambio climático, la seguridad alimentaria y la cura de enfermedades. Sus proyecciones estiman que 60% de la producción global para 2040 podría hacerse a partir de innovaciones biológicas.
En el piso 33 de una de las torres de oficinas más altas de la Ciudad de México, sobre la avenida Paseo de la Reforma, una tarde de junio de 2024 ocurre una reunión inusual. En uno de los salones, unos inversionistas dan una charla a unas 50 personas, entre 25 y 35 años, todos involucrados en la ciencia. Son estudiantes, investigadores, maestros, emprendedores. Hablan de ciencia y negocios. No es una escena común en un país donde la ciencia rara vez trasciende los muros de los centros dedicados a la investigación.
Los asistentes son chicos interesados en empresas de biotecnología, las que elaboran productos con algún componente orgánico, mediante tecnología científica, como medicamentos, carne cultivada, alimentos a base de plantas, biogás a partir de residuos orgánicos, cultivos resistentes a sequías, entre otras innovaciones.
Uno de los oradores es el chileno Cristian Hernández, de Zentynel Frontier Investments, el fondo de capital que convocó al evento. Hernández da recomendaciones de cómo convertir sus innovaciones en empresas viables y anima a seguir por el camino del emprendimiento pero con pies de plomo.
“Es un mito que no haya capital, pero no cualquiera está dispuesto a invertir en ‘biotech’”, dice Hernández, quien es ingeniero en Biotecnología Molecular.
Ante la cancelación de los programas de becas del gobierno federal, los jóvenes mexicanos empezaron a buscar nuevos caminos con fondos privados extranjeros. Hernández calcula que hay unos 100 proyectos de su tipo en México. ¿Podría ser que el país esté en la antesala de convertirse en un desarrollador de innovaciones biotecnológicas y dejar su papel como importador? Quizá sea prematuro asegurarlo, pero los ‘biotecnólogos’ ya no desean ser sólo espectadores de la escena global.
Al terminar las exposiciones en el piso 33, y a punto de acabarse el tiempo, alguien da la señal para aprovechar media hora más para hacer networking, intercambiar tarjetas y compartir contactos. Esta reunión es una instantánea del ecosistema de emprendimiento en biotecnología que empieza a efervescer en México.
Nuevos pulmones para las ciudades con microalgas
DOS. La idea de emprender le vino a Adán Ramírez a los 23 años, antes de salir de la carrera de Biotecnología de la Universidad Autónoma del Estado de México. Vino a partir de un gran idealismo:
“Dejar un legado para la humanidad, teníamos ganas de ir más allá del laboratorio, hacer algo que no se quedara en la mera publicación de un artículo”.
Adán y un equipo de compañeros biotecnólogos, físicos y diseñadores, se dieron cuenta de que las microalgas –organismos microscópicos que se encuentran en los ambientes de agua– funcionan prácticamente como un árbol: liberan oxígeno, absorben dióxido de carbono y limpian el aire. Esto derivó en la creación de biopaneles con microalgas para generar oxígeno, absorber bióxido de carbono y producir energía eléctrica de manera sostenible.
Quien desee hacer carrera en ‘biotecnología’ tiene que ir más allá de las fronteras mexicanas. Para hacer prosperar su proyecto, Adán tuvo que salir a validar su idea y con eso atraer inversionistas. En México sólo consiguió algunos préstamos de familiares, muy buenos para comenzar, reconoce Adán. Pero necesitaban meterse en concursos.
Después de participar en el Hult Prize de 2018 en Estados Unidos, aunque no ganó, el proyecto recibió buenos comentarios, lo que alentó al equipo a ir más allá y buscar financiamiento en México, pero inicialmente no tuvieron la respuesta esperada. Entonces decidieron buscar apoyos fuera del país. “Si en México no nos creen, nos creerán en otro lado”, pensó Adán. El proyecto fue reconocido por el G-20 y el Instituto Tecnológico de Massachusetts nombró a Ramírez “inventor del año”. Durante la pandemia, finalizaron su tecnología con apoyo de una aceleradora en Emiratos Árabes.
Finalmente, lograron su primer gran financiamiento de un millón de pesos con el Consejo Mexiquense de Ciencia y Tecnología, para crear un prototipo. Poco después, la aceleradora Techstars los admitió en su programa y les dio 120 mil dólares para desarrollar pilotos a escala.
También pudieron perfeccionar su tecnología que consiste en paneles de un metro cuadrado, en forma de triángulo, semi transparentes, que contienen microalgas, agua y nanopartículas de carbono. Las microalgas realizan fotosíntesis, absorben dióxido de carbono y producen oxígeno, y las nanopartículas, absorben calor del sol para producir electricidad. Estos “biopaneles” pueden colocarse como ventanas, tragaluces o muros en casas y edificios.
Adán hoy tiene 28 años y su startup Greenfluidics ya busca sus primeros clientes entre firmas de arquitectos californianos a quienes les atrae la idea de usar biopaneles en las fachadas de los edificios por su apariencia estética y para reducir las concentraciones de CO2, uno de los responsables del calentamiento global.
Emprender como una ruta alternativa
TRES. Los jóvenes que provienen de carreras o posgrados en Física, Química, Ciencias Biológicas, Genómicas, o Biomédicas, que quieren emprender en biotecnología, se han dado cuenta de que si crean una empresa a partir de sus patentes, pueden generar soluciones prácticas y beneficiar a la sociedad (más directamente), que si siguen el camino de la investigación o venden sus inventos a una empresa global.
Además, han advertido que si son dueños de sus innovaciones pueden generar ingresos más atractivos y seguros, que como investigadores de un instituto público.
“El camino ortodoxo es que los que estudiaban un posgrado se iban normalmente a la academia y los que no estudiaban un posgrado, a la industria. Pero como no se han abierto nuevas plazas de investigadores en este sexenio, ni en universidades ni en centros de investigación, los egresados de maestría y doctorado se la están viendo difícil en el tema laboral”, dice Enrique Galindo, investigador del Instituto de Biotecnología de la UNAM, y agrega que anualmente salen 40 personas de los posgrados del instituto.
Otro factor que han aprovechado esta generación de jóvenes es el modelo startup, empresas basadas en tecnología y que se distinguen por empezar con estructuras delgadas, poco personal, bajos costos y negocios que las hacen crecer rápido. Este modelo ha sido utilizado de manera exitosa por plataformas digitales, como Kavak y Rappi. De modo que los científicos retoman de estos casos la forma de financiarse a través de la inversión privada.
Pruebas caseras para detectar cáncer cervicouterino
CUATRO. ¿Cuántas muertes por cáncer cervicouterino se evitarían si las mujeres pudieran hacerse sus propios análisis? Para detectar ese tipo de cáncer, por lo general las mujeres deben hacerse un papanicolau, que consiste en una toma de muestras de células del cuello uterino con un pequeño cepillo, en un laboratorio clínico. Ese, además de ser un proceso molesto e invasivo, implica invertir tiempo y dinero. Quizá por eso solo 1.2 millones de mujeres en México se lo practican al año, de los 27 millones que deberían hacerlo.
Tatiana Fiordelisio y su equipo del laboratorio de soluciones biomiméticas, que coordina en la UNAM, pretenden cambiar esa realidad. Su invento pretende que el análisis y diagnóstico de ciertas enfermedades sea tan fácil de hacer como una prueba casera de covid, o de embarazo, sin perder efectividad.
La innovación fue resultado de una serie de discusiones con su equipo del laboratorio, que entonces integraban tres físicos, un ingeniero y ella, bióloga. Los proyectos de investigación, dice, surgen de usar la pregunta como método hasta llegar a soluciones complejas.
“Lo que nos preguntamos fue cómo contribuir a que las enfermedades sean diagnosticadas más fácilmente, con menos recursos y con mayor precisión”.
La tecnología que resultó es un dispositivo de diagnóstico portátil en el que se pone una pequeña muestra de sangre y mide la concentración de moléculas, por ejemplo, hormonas, virus o anticuerpos. “Es como un laboratorio clínico pero en chiquito”.
En 2016 decidió patentar el invento para crear un startup. Era algo que nunca había hecho, ella tenía toda una trayectoria como investigadora: después de estudiar la carrera de Biología, hizo el doctorado en Ciencias Biomédicas, la especialidad en Biofísica y Neuroendocrinología, además de tres posdoctorados.
Pero si creaba un startup podía garantizar el impacto social que quería lograr: llegar a personas de bajos recursos y a un bajo costo. “No generé esta tecnología para que una gran farmacéutica ganara más dinero”, dice. Además, la intención era que el startup fuera una opción de trabajo para los científicos del laboratorio. Actualmente son 30 personas, se sumaron físicos y biólogos, además de químicos, matemáticos, médicos e ingenieros.
Así que para 2019, a sus 40 y pocos años, Tatiana fundó BioWit. Para poder hacerlo tuvo que comprarle la licencia de su innovación a la UNAM, pues le pertenecía al ser gestada por científicos de la institución. Desde ese año empezó a buscar inversionistas pero topó con dos paredes: la poca experiencia de fondos mexicanos en la inversión en ciencia y su propio desconocimiento del mundo de startups de innovación.
Después de cuatro años, conoció a personas que la invitaron a participar en un programa de innovación en salud que le ayudaron a entender en dónde estaba parada; además pudo conocer a fondos extranjeros interesados en ‘biotech’ y otros inversionistas nacionales. El primer levantamiento de capital este 2024 fue un éxito y logró obtener 3 millones de dólares. Con eso, calcula que en un año su invento podría salir a la venta.
La búsqueda de inversionistas, los nuevos ‘juegos del hambre’
CINCO. Las startups y fondos de capital surgieron en México en el sexenio de Enrique Peña Nieto, explica Pedro López Sela, un conocedor del emprendimiento, además de director de FrissOn Capital.
“Llegabas con un proyecto al Inadem [Instituto Nacional del Emprendedor, hoy desaparecido junto con al menos 65 fideicomisos para el desarrollo de la ciencia y la tecnología], comprometía la mitad del fondo y el gobierno federal te ponía la otra mitad”. Actualmente, dice, hay más de 100 fondos de capital emprendedor privados en México.
Los startups de biotecnología requieren usar componentes biológicos y tecnologías avanzadas, por lo que las inversiones son elevadas, además de enfrentar un largo camino de prueba y error antes de salir al mercado. Lamentablemente, los fondos de capital emprendedor en México son muy adversos al riesgo que representa ese tipo de empresas, buscan más certidumbre y retornos rápidos. Así que el camino para los científicos no está fácil.
Los startups que atraen los mayores capitales en el país son las digitales, “implican menos riesgo, menos dinero y es más rápido el retorno de inversión”, dice López Sela, consejero en innovación de diversas empresas.
“Es mucho más fácil hacer una plataforma digital que desarrollar una bacteria que coma un derrame de petróleo”.
Ante la falta de inversionistas que apuesten por sus desarrollos en su propio país, los mexicanos buscan fondos privados, aceleradoras e incubadoras extranjeras.
Vamos a deshacernos del PET con enzimas
SEIS. La curiosidad convirtió a Daniel Rodríguez en emprendedor. Una duda lo atrapó en una conferencia y no lo soltó: ¿Por qué los plásticos no se degradan? ¿Por qué los bichos no se lo comen? Para entonces buscaba trabajo en la industria biotecnológica.
Daniel, un emprendedor de 35 años, logró degradar el PET (tereftalato de polietileno) a partir del uso de enzimas. Estudió la maestría y doctorado en Ciencias Bioquímicas en la UNAM pensando en que se dedicaría a la investigación. Pero para ser un “trabajador de la ciencia”, aún le faltaban otros ocho años de posdoctorados. Los hubiera hecho de no darse cuenta que no hay plazas de investigador para todos.
“En el instituto donde estaba, se abrió una plaza y aplicaron 100 personas. No se contrató al que tenía más méritos, sino al que tenía más contactos”, dice.
Al revisar la literatura científica, Daniel encontró que ya se conocían las enzimas de algunos microorganismos que degradan el PET, pero había limitantes para industrializarlas. El PET es un tipo de plástico que fue un gran invento de los años setenta pero que tarda cientos de años en degradarse. Las empresas, sobre todo de bebidas, que lo emplean para envasar sus productos, son señaladas por sobreutilizarlo y, con ello, generar millones de toneladas de residuos que contaminan los mares y matan a distintas especies animales.
“Sabía que yo podía mejorar las enzimas ya descubiertas, y qué cambios hacer para superarlas”, dice Daniel. Su incipiente idea se convirtió en una obsesión.
En 2020 empezó a tomar tintes más serios y GridX le dio la patada que lo catapultó. Daniel ganó un lugar en el programa anual de ese fondo con los 200 mil dólares que le inyectaron. Así fundó BreakPET y pudo continuar con los experimentos para probar su hipótesis.
No se equivocó, después de dos años continuos de experimentar obtuvo lo que quería: una enzima estable que degrada el PET. Daniel utiliza el plástico hecho polvo y le agrega la enzima. Conforme ésta rompe cada eslabón de la molécula del PET, se deshace hasta quedar disuelto en el agua. “La enzima rompe las cadenas del plástico y obtenemos las sustancias que son su materia prima”, dice.
Alpek, el principal productor de la resina del PET en México, ya hizo pruebas piloto con el invento de Daniel: “Nuestros monómeros se los damos a Alpek y ellos vuelven a hacer la resina de cero para dárselo a las empresas que elaboran las botellas”.
BreakPET utiliza una enzima para degradar el plástico
Pero los desafíos no terminan ahí. Daniel ya tiene una nueva tesis que probar y busca 1.6 millones de dólares para hacer una planta piloto, con tanques y reactores donde pueda procesar volúmenes industriales de PET.
“Sabemos que podemos llegar a la calidad, ahora lo importante es demostrar si podemos producir estas materias primas al mismo costo que tienen los derivados del petróleo. Si sí, ¡estamos dentro!”.
Luego de las historias de Adán, Tatiana y Daniel, la buena noticia es que los biotecnólogos mexicanos han logrado llamar la atención de fondos de inversión, aceleradoras, incubadoras de negocio extranjeros. La mala: no son los únicos que buscan ayuda y recursos, la competencia es feroz.
*MILENIO