El placer, la memoria, la piel y el deseo son cuatro de los ingredientes que ayudaron a cocinar Autobiografía de la piel (Alfaguara), de la escritora Ana Clavel.
Desde hace años, la narradora mexicana ha navegado en las aguas de la parte sensorial del ser humano. Hoy y producto de sus reflexiones como también de interés por abrirse como persona, publica el que tal vez sea su libro más personal.
Autobiografía de la piel es tal vez, uno de tus libros más personales. ¿Cómo lo trabajaste
En principio me encontré con el concepto “Yo-Piel” del psicoanalista francés Didier Anzieu. Para él, la piel es como una estructura psíquica que nos permite integrarnos al mundo y mantener al mismo tiempo una autonomía que nos salvaguarda. Usa funciones de la piel para ejemplificar cómo se conforma la psique, por ejemplo, la protección, la barrera o el límite. Cuando se conforman adecuadamente tenemos a un individuo bien estructurado, pero cuando no, tenemos una piel psíquica fracturada, rota o perforada, y esto conlleva anormalidades y patologías. Este concepto del “Yo-Piel” me llevó a pensar en la piel como un personaje literario.
Y eso lo ligaste con la idea de la memoria.
Muy al principio me vino la idea de una memoria oceánica que todo lo abarca. Y el hecho de que se concibiera a través de la parte física, pero que también reflexionara surgió de la mano con una idea que descubrí en los libros de medicina respecto a que la piel y el cerebro se forman de la misma capa embrionaria cuando nos estamos gestando, el ectodermo. Eso me ayudó a entender que las metáforas que nos ayudan a entender el mundo desde la materialidad física, que logran conjuntar el plano de los sentidos con la parte intelectual, son producto de un cruce de una piel pensante y de un cerebro sintiente. Todo esto me permitió darle una voz reflexiva además de sensual a la piel.
Que de alguna manera es algo que has trabajado en otros libros, ¿no?
He trabajado mucho el tema del cuerpo y la piel; y de los sentidos y el deseo, de modo que al tomar unos fragmentos descubrí que podía legitimar la experiencia vivida, sobre todo en lo que se refiere a reivindicar el placer como uno de nuestros grandes poderes para estar en el mundo. Al principio lo hice de una manera más universal, pero de pronto se hizo individual y personal. Así fue como empecé a jugar con la idea de una escritora llamada Ana Clavel que ha publicado libros con ese perfil de lo sensual y de lo corpóreo pensante. Por supuesto ahí hay una parte de mí, pero tampoco soy yo del todo. Así voy dando cuenta de una variedad de temas que tienen que ver con la sensualidad y su cruce hacia lo etéreo del pensamiento abstracto que siempre necesita un ancla de lo real. Por eso hablo del incesto, del ombligo como centro del mundo, de las nínfulas, de Balthus, de Anais Nin, de Marilyn Monroe o de la belleza como herida. Todas estas modalidades de lo corpóreo que se integran a la personalidad a través del goce del cuerpo, frente a una mirada puritana o que banaliza el cuerpo y lo comercializa.
Al principio del libro cuentas un episodio donde una menor de edad tiene relaciones sexuales con su primo también menor de edad, aunque mayor que ella. No obstante, lo haces desde la reivindicación del placer. ¿Por qué contarlo desde este ángulo?
Lo más fácil hubiera sido acusar al primo diez años mayor, adolescente pero finalmente diez años mayor. Es verdad que el personaje nunca se victimiza, ni siente que le fue mal, al contrario, reconoce que disfrutó y que participó en el juego. Claro que esto es políticamente incorrecto ante una moralidad imperante. Sin embargo, ella legitima ese placer como algo que la abre al mundo de los deseos y nunca guarda una memoria triste de eso. La transgresión incluso llega después, cuando ya es adulta y recupera la posibilidad de estar con el primo y de invitarlo a terminar lo que no pudieron hacer de niños. Y lo mismo con la figura del padre que también es una obsesión importante que se desliza por toda la historia. De alguna manera detrás de la figura de la Lolita está una niña que busca en un adulto encontrar ese ideal del príncipe encantado como también le sucedió a Marilyn Monroe, por eso hablo de Blonde, de Joyce Carol Oates. También está el caso de Anais Nin y sus diarios, en particular el tema del incesto que consuma con su padre.
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