Educar con el arte o el arte de educar

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En los últimos tiempos, mis caminatas matutinas me han llevado a fatigar las calles y banquetas de la vecina colonia Mixcoac. Su trazado urbano incluye una pequeña calle, de unas cuantas cuadras de longitud, que va desde avenida Revolución hasta el Anillo Periférico. La calle lleva por nombre Natal Pesado, en homenaje a un pintor y educador artístico veracruzano. Sinuosa y quebrada, la calle de Natal Pesado tiene un tramo particularmente estrecho, casi un callejón, entre las calles de Charco Azul y Claudio Arciniega. Uno de los muros del callejón ostenta una pinta; es la imagen que acompaña a este texto. Poco hay de información sobre Arthur Efland; acaso, que es un educador que ha publicado textos especializados en el tema de la educación artística.

El encuentro frecuente con esas palabras en ese muro de ese callejón me ha provocado una cascada de reflexiones que apenas podría resumir aquí. La primera es evidente: creo con convicción absoluta que Efland tiene razón. Como creo también que el tema de la educación artística es uno de los grandes pendientes sociales en este país. Recuerdo muy a la distancia mis tiempos de primaria y secundaria, cuando se nos endilgaba una amorfa, superficial y dispersa clase que originalmente se llamaba “actividades estéticas” y que no llevaba a nada. Después, la materia cambió de nombre. ¿Por qué? La respuesta de entonces: “Porque eso de ‘estéticas’ suena como cosa de maricones”. Eso, a la mitad del siglo XX. Más tarde, en el muy viril ámbito de lo que ahora ya se llamaba de alguna otra manera, podíamos elegir entre un taller de taquigrafía, uno de electricidad y otro de modelado en plastilina. Y por ahí teníamos un “profesor de música”, cuya vocación principal era la de vendernos ejemplares de su libro de “apreciación musical” más reciente, siendo premiada cada compra con el consecuente aumento en la calificación. Mientras cavilaba sobre el tema, como consecuencia del grafiti con las palabras del educador, me encontré en una de mis lecturas con algo directamente relacionado con el asunto.

En un interesante ensayo sobre los vitrales en el arte moderno mexicano, Carla Zurián de la Fuente se refiere al ideario educativo, cultural y artístico de José Vasconcelos en estos términos:

Al trazar su plan maestro artístico, Vasconcelos siguió los avances que tenían lugar en la educación soviética. Tomó prestados los principios del funcionario y teórico Anatoly V. Lunacharsky, principalmente la idea de que producir objetos de valor artístico provocaría un gran sentido de realización a la humanidad moderna. El arte serviría no solamente como un instrumento del conocimiento, sino que las imágenes y los sonidos mismos ayudarían a fortalecer las emociones y podrían ser canalizados como una fuerza educativa.

La historia es bien conocida: aunque dejó cierta huella, el ideario educativo y cultural de Vasconcelos se frustró, y hasta la fecha seguimos pagando las consecuencias. No hay día en que no nos enteremos de la desaparición de materias de educación artística, o del estrangulamiento y cierre de instituciones especializadas en el tema. (Por cierto: el muro que ostenta el texto de Efland protege al Taller Escuela de Teatro y Literatura Infantil Mixcoac de la SEP. ¡Larga vida al taller!). Al mismo tiempo, estamos inmersos en un claro y vertiginoso empobrecimiento del discurso cultural público, uno de cuyos emblemas es, por ejemplo, la tóxica, masiva y perfectamente orquestada invasión de reguetón y otros detritus de ínfimo calibre. ¿Dónde están, dónde quedaron nuestras prioridades artísticas, y quién va a educar en el arte a esos ciudadanos aludidos en el muro?

Para glosar un poco más las palabras de Efland, me parece que es de absoluta pertinencia preguntarnos si somos, o no, una nación de ciudadanos sensibles, solidarios y comprometidos. Y mientras encontramos la respuesta (que probablemente no nos guste), no estaría de más preguntarnos también si estamos poniendo la atención necesaria a la educación artística como una de las vías más importantes, que no la única, para llegar a serlo.

No hay nada más crédulo, maleable y manipulable que un pueblo sin educación. No hay nada más crédulo, maleable, manipulable, triste y desprotegido que un pueblo sin educación artística. El breve y contundente texto de Arthur Efland lo señala de manera indirecta pero clara, y es, en el sentido más amplio de la expresión, la escritura en la pared.