ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y HERNÁNDEZ
Alguien tiene que rescatar a Xalapa
Mi ciudad, hasta hace todavía unos veinte años, era un paraíso provinciano, lleno de provincianos que nos aburríamos provincianamente en santa paz. Nunca nos dimos cuenta cuándo esto cambió.
Hoy Xalapa es una ciudad que crece todos los días a la fuerza, en donde esa paz bucólica, y aburrida a veces, se ha trastocado con todas las circunstancias que la violencia que azota al país acarrea.
Hemos sido testigos de balaceras, hemos oído, muchos de manera muy cercana, de levantones —eufemismo creado para minimizar la palabra secuestro—, de asesinatos, ejecuciones les dicen en el argot gubernamental; hemos oído, y algunos padecido en carne propia, de extorsiones y hemos visto como muchos coterráneos se han ido de aquí buscando la paz, la maravillosa paz que en esta ciudad se tenía.
De lo que pasa en Xalapa hoy en día dan cuenta la desaparición de varios negocios que, al no poder pagar el cobro de piso —secreto a voces pero que niega el gobierno—, han cerrado sus puertas para siempre. Hace ya un par de años le tocó a un botanero muy conocido allá por el rumbo del Monte de Piedad, cerca de los Sauces, la semana pasada a un establecimiento cuya historia tiene que ver con el corazón mismo de la ciudad: el restaurante La sopa.
Veintiséis años estuvieron abiertas sus puertas a los comensales xalapeños y a los que de otros lugares venían; ahí se daban cita, además, jaraneros, decimistas, artistas locales, escritores en ciernes, laureados y de los que nomás dicen que escriben pero a los que nadie les ha leído nada; ahí se montaban exposiciones de fotografía, de pintura, se declamaba y se escribía poesía, y se comían enchiladas de mole, que ambas cosas son casi lo mismo.
Pero ya no más; como la tranquilidad de caminar por las calles durante la noche, como la confianza de salir en el auto en la madrugada por unas aspirinas a la farmacia, como la seguridad de que los hijos puedan regresarse solos de la escuela, o de una fiesta o del antro, o como la paz de abrir un changarro sin tener que enrejarlo, La Sopa se acabó.
Hoy Xalapa parece estar a merced de fuerzas desconocidas, oscuras, acechantes, malignas, de esas que matan con el filo del miedo, de esas que paralizan, que entristecen, que desencantan. Esta ciudad ya no es la misma, está ciudad se ha vuelto amenazante, terrible, dura, vil. Nos está desconociendo, nos está volviendo paranoicos, nos está haciendo recelosos, más de lo que por nuestra naturaleza xalapeña siempre hemos sido; esta ciudad se quiere volver una mala ciudad para vivir.
Y no va a ser la autoridad, combatiendo la violencia con más violencia, quien nos ha de devolver a la Xalapa que teníamos, y ni los soldados ni los marinos; habremos de ser nosotros mismos quienes tendremos que recuperarla. Y no crean que tendremos que armarnos y convertirnos en autodefensas, no, simplemente habremos de regresar a los que éramos antes: xalapeños, pero xalapeños orgullosos de serlo.
La delincuencia precisa de un tejido social débil para enquistarse y nosotros hemos dejado que éste se nos desgaste. Los xalapeños antes sabíamos quiénes eran nuestros vecinos, los saludábamos mientras barríamos nuestros frentes o podábamos nuestras jardineras, hoy en día no lo hacemos, andamos tan metidos en nosotros mismos que hemos dejado de socializar con quienes nos rodean, nuestra propia familia incluso; nos ha dejado de importar el barrio o la colonia en donde vivimos, la ciudad misma, y de eso se han aprovechado los delincuentes para hacernos daño, para quitarnos a nuestros jóvenes y para propagar el miedo. Una vez lo dije aquí mismo, el día que dejamos de barrer nuestras banquetas, de pintar los frentes de nuestras casas y de saludar a nuestros vecinos, ese día empezamos a cederles la ciudad a los delincuentes y a la inseguridad.
Que cierre un restaurante quizá no le importe a muchos, pero si fue por las causas que se dice obligaron a su dueño a hacerlo, debería de ser también nuestro problema, porque hoy fue él, mañana podemos ser nosotros. Como sociedad debemos exigir a la autoridad que investigue y actúe en consecuencia; pero sobre todo debemos de tratar de recuperar nuestro respeto por esta ciudad, por sus barrios y por nuestros vecinos, recuperar el respeto de lo que somos, pues una sociedad fuerte siempre enfrentará mejor los problemas.
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