Por Héctor González
Hace 66 millones de años un meteorito cayó en la zona de Chicxulub, en Yucatán. El impacto tuvo consecuencias mortales al punto de que marcó el fin de las especies no aviares de dinosaurios, entre ellos el Tiranosaurio Rex.
Desde pequeño Bernardo Fernández “Bef”, se ha asumido como un admirador de estos seres que durante cientos de años poblaron el planeta y hoy por fin les rinde tributo con Rex Régum (Océano), un libro donde cuenta el ciclo de vida de una de las especies más temibles y famosas de aquella época.
La novela rigurosamente documentada e investigada, hace guiños al manga japonés, género con el cual el dibujante y escritor, siente empatía.
¿Cómo nace Rex Régum? ¿De dónde viene tu interés por los dinosaurios?
Es una fascinación de toda la vida. Cuando era niño, mi papá nos llevaba a mi hermano y a mí, a museos y al cine. Al primer museo que visitamos fue el de Historia Natural en Chapultepec. Ahí vi por primera vez la osamenta del Diplodocus carnegii, desde entonces me fascinó la posibilidad de que hubiera existido un animal así en nuestro planeta. Si veo un documental, libro o cómic sobre dinosaurios me lo devoro. Desde hace mucho tengo la intención de hacer un libro sobre dinosaurios mexicanos, pero eso vendrá más adelante. Por ahora decidí hacer una novela gráfica sobre el ciclo biológico del Tiranosaurio situada en territorio mexicano. Poca gente sabe que no solo la era de los dinosaurios acabó en Yucatán, sino que además Michoacán fue territorio de tiranosaurios. La novela cuenta desde que sale del huevo hasta que acaba su vida, es decir, vemos cómo crece, cómo se convierte en líder de la manada, encuentra pareja y se reproduce. Cuando está en el pináculo cae el meteorito Chicxulub en Yucatán y ahí termina todo.
Además, hiciste una investigación científica en la novela.
Totalmente. Una de las razones por las que la novela no tiene diálogos es porque la pensé como un documental. Hice una investigación muy extensa, no de un especialista, pero sí de un entusiasta del tema. Debo haber leído unos 30 libros y tuve la gran suerte de conocer a una amiga, Isabel Reina, periodista que vive en Saltillo y que me consiguió el contacto de Héctor Rivera Silva, jefe de paleontología del Museo del Desierto. Sin conocerlo, le escribí y generosamente aceptó asesorarme para todo tipo de dudas, de modo que el libro tiene la información más actualizada sobre los dinosaurios.
¿Por qué si somos un país con amplia historia dinosaurios se conoce poco?
No tenemos conciencia de nuestra gigantesca riqueza paleontológica. Solemos pensar que todo sucede del Río Bravo hacia arriba. Deliberadamente quería que la historia transcurriera en México, entre lo que ahora es Coahuila y Sonora. Investigué la vegetación que había en la zona, por eso en la novela no hay pasto, pues surgió posterior a la desaparición de los dinosaurios. No es un libro educativo y tampoco específicamente infantil, aunque sé que los niños son el público natural para los dinosaurios. Me parece que es una obra que puede resultar interesante para cualquier interesado en los cómics, la ciencia y los dinosaurios.
Sí, hay mucha elucubración en la paleontología. Un montón de piezas de ficción con dinosaurios no son rigurosas, empezando por Parque Jurásico, a mí me gustan mucho las dos novelas de Michael Crichton y la primera película, sin embargo, hace mucha concesión a la fantasía. Incluso inventan especies con tal de tener mayor impacto narrativo. En mi caso, preferí darle la vuelta a eso.
¿Qué retos te supuso no incluir diálogos en el libro?
Si hubiera incluido diálogos la novela se habría convertido en una fábula y yo quería hacer algo más parecido a un cómic documental. Conseguir esto supuso mucho trabajo que quizá no es evidente para los lectores porque finalmente son animales que no existen y cuyas representaciones en muchos casos provienen de elucubraciones. Un reto, por ejemplo, fue conseguir diferenciar a cada una de las especies porque hay varias clases de tiranosaurios y cuyas diferencias son mínimas. También trabajé mucho el lenguaje corporal y la mímica, para comunicar emociones. La literatura siempre es un reflejo del humano y aunque en este caso son animales, me permití utilizarlos como una alegoría de nosotros mismos, de lo que es nuestra propia existencia, de la ruta de la cuna a la tumba.
*ARISTEGUI