Artistas desean con sus obras devolver al beisbol su carácter de baluarte nacional

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La construcción de identidad y la recuperación de una memoria común son dos de las líneas creativas que comparten muchas de las obras realizadas especialmente para el estadio Alfredo Harp Helú por más de una docena de artistas, en su mayoría oaxaqueños.

El universo del beisbol, con bates que cuentan historias, murales que remiten al pasado prehispánico, esculturas que los aficionados han tornado mágicas y recursos tecnológicos que narran los triunfos y peripecias del equipo Diablos Rojos del México durante sus 82 años de existencia, encantan a los visitantes que descubren el nuevo museo escarlata.

Play ball!

El primero en el orden al bate es Othón Díaz: “Han sido tres años de mucha emoción, pues llegamos a este lugar en la Magdalena Mixhuca cuando no había nada; ahora ofrecemos una obra monumental que amalgama los intereses de don Alfredo Harp y la doctora Isabel Grañén, quienes en nuestro país han hecho mucho por la cultura, el arte, la ecología y la educación”, dijo en entrevista con La Jornada el presidente ejecutivo del equipo.

¡Oh, dioses del Olimpo!:

Agregó que el museo se ha convertido en “el Olimpo de los Diablos. No hay otro lugar igual. Los jugadores que ha hecho historia con el equipo, al venir y ver sus nombres, sus uniformes, sus hazañas, sienten que logran esa inmortalidad de dioses que los griegos tenían muy arraigado. Aquí hay grandes anécdotas de extraordinarios seres humanos que dieron lo mejor de sí mismos para tener estas extraordinarias 14 salas. Las nuevas generaciones de jugadores sueñan algún día poder estar aquí. Es muy emotivo ver cómo les brotan las lágrimas al visitar el museo, pues se sienten parte de algo maravilloso.”

En la caja de bateo, la cronista Karo García: guiados por la narradora de los partidos de beisbol, un grupo de jóvenes ingresa con los ojos cerrados a la sala donde se encuentra la pieza del ceramista Adán Paredes. La guía pide que los abran y ante ellos aparece la obra: 332 bates ceñidos por una cinta de metal, sobre los que cuelgan decenas de pelotas de barro en cerámica de alta temperatura, hechas una a una a mano, que a simple vista parecen auténticas bolas de cuero.

Como todo en beisbol es magia, en esa Sala de los Ojos Cerrados, como la bautizó Karo García, vemos el acto mágico de una veintena de jóvenes entrar en fila como los invidentes: uno atrás del otro, la mano derecha en el hombro del de adelante, y, al abrirlos, el asombro: la obra y el artista. Y como cuando un jugador hace un lance espectacular en el diamante, aplauden.

Ahí mismo están las figuras en tamaño natural, de barro, del maestro artesano Víctor Vázquez, frente a las que todo mundo quiere su selfi. Las obras de ambos artistas forman parte de la colección permanente del Museo Diablos.

Adán Paredes se barre espectacularmente en home: “Los bates cuentan historias, vienen del equipo Guerreros de Oaxaca; algunos de ellos tienen nombres escritos, no los intervine para nada, precisamente para conservar esa memoria; están colocados de esa manera para remitir al atado de cañas o al desgranado de maíz, quise que hubiera esa referencia. Todo el conjunto establece un diálogo muy interesante con las esculturas de Vázquez”, comentó Paredes a los visitantes.

El ceramista también fue invitado a elaborar uno de los trofeos faltantes de los 16 campeonatos que han logrado los Diablos Rojos, conocido ahora como “el trofeo del destino”, pues por casualidad, Paredes realizó una manopla zurda, antes de que se hiciera el sorteo para saber el trofeo de qué año le correspondería hacer. Le tocó 1973, fecha en la que el pitcher Alfredo El Zurdo Ortiz fue el jugador más valioso. Juego perfecto: no permitió hit ni carrera.

Con jugadores en las esquinas, es el turno al bate del primera base, Demián Flores. El pitcher realiza lanzamientos cautos, finos, siguiendo la regla de oro de lanzar con respeto a los buenos bateadores:

En la sala de los campeonatos, transfigurados en trofeos beisbolísticos, también están las obras de Sergio Hernández, José Ángel Santiago, Victoria Villasana, Amador Montes, Isauro Huízar, David Trice, Jaime Ruiz Martínez y Demián Flores, quien también tuvo suerte en el sorteo para realizar los trofeos, pues le tocó el año 1968, “fecha muy significativa para mí”, señaló el artista.

Creador también de varios murales repartidos en varios rincones del estadio, Demián Flores explicó a La Jornada que 1968 “es singular porque fue cuando los Diablos le ganaron a los Yanquis de Nueva York. La pieza que hice tiene una ‘M’ que también recuerda un poco la identidad gráfica de las Olimpiadas que se realizaron ese año. Es un pitcher arriba de su diamante de fuego que es una pirámide. Es memoria y es identidad. Se suma a la serie de esculturas que he hecho desde hace 10 años y que tienen que ver con la reconstrucción del pasado”.

La ventaja de los Diablos en el partido aumenta. Ya bateó todo el line up. Regresa a la caja de bateo Othón Díaz: si el cierre debido a la pandemia dejó en la lona al estadio Alfredo Harp Helú, al cancelarse la temporada 2020, “un hecho inédito en los casi 100 años de existencia de la Liga Mexicana de Beisbol”, el presidente de Diablos considera que ha regresado el entusiasmo.

No hay que olvidar, añade, que “el beisbol mexicano es un baluarte muy importante en el país, si bien esto tuvo un sesgo cuando la televisión decidió tomar como negocio al futbol, pero durante muchas décadas fue más relevante en cuanto a número de aficionados y la pasión que levantaba, todo ello está plasmado en el nuevo Museo Diablos, y es muy bonito ver que los aficionados han regresado a animar a su equipo, vuelven a vivir, porque el deporte es pasión y aquí las personas vienen a entregar su corazón”.

Porque como dicen los expertos en beisbol cuando la esférica cae “en terreno bueno”: la pelota está viva.

Rueda por los diamantes y los jardines del mundo.

*LA JORNADA