Alberto Fuguet vuelve a la novela: “Quería hacer parecido a Jane Austin para chicos”

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Por Héctor González

“Se ha escrito mucho sobre Chile y la dictadura, pero no desde el lado universitario”, dice Alberto Fuguet (Santiago, 1964). Tras algunos años sin publicar ficción, el narrador vuelve y con editorial nueva. El sello Tusquets a partir de ya, será su nueva casa y en breve comenzará a reeditar su obra.

Su puerta de entrada a la editorial perteneciente a Grupo Planeta es Ciertos chicos, una novela donde nos lleva al año de 1986, un año particularmente convulso en el país andino, entre otras cosas porque hubo un atentado contra el dictador Pinochet. No obstante, y al margen de los conflictos, Fuguet apuesta por una historia de amor y rebosante de cultura pop en la que Tomás Mena y Clemente Fabres son los protagonistas.

.Regresas a la novela después de ocho años…

Así es, en medio hice películas. Sudor me traumó, además saqué un par de libros de ensayos y cine. Por otro lado, descubrí que una novela exige todo, un ensayo sobre cine, por ejemplo, no provoca lo que una novela. Me gusta estar vuelta y con editorial nueva.

Leí que Ciertos chicos nació como guion, ¿qué pasó?

Así es, pero iba a ser un par de caminatas entre Clemente y Tomás. Quería filmar en pandemia, me parecía divertido mostrar Santiago en casi toque de queda. Al final no se dio por cuestiones de presupuesto, el director quería un documental, no una ficción. A partir de ese rechazo descubrí que había ahí un mundo y un ambiente que nunca había tocado, como el mundo universitario en los ochenta. Quería mostrar lo que llamo, “una dictadura de colores” o una América Latina pop, contar cosas trágicas, pero también lindas. Mezclar la tele y el cine, como lo hacía Manuel Puig con la realidad; poner a Stephen King con Joy Division.

¿Por qué no se había abordado ese universo? ¿Alrededor de la dictadura predomina aún el relato doliente o de denuncia?

Se ha escrito mucho sobre Chile y la dictadura, pero no desde el lado universitario. Creo que hay que ser mayor para hablar bien de la juventud. Apenas he descubierto que me gustan más los libros sobre jóvenes escritos por gente mayor. Nunca he tenido miedo a hablar y criticar a Pinochet, de alguna manera siempre se cuela en mis libros, pero también me interesa criticar a la izquierda o al progresismo, durante muchos años solía decir en privado que yo no pasé tan mal la dictadura de Pinochet, pasé peor la dictadura del Partido Comunista en la escuela de periodismo porque me sentía atrapado y no conectado.

¿Qué hacías en 1986, año en que transcurre la novela?

Probablemente salía de la universidad, la ubiqué en ese año porque Pinochet estaba muy cerca de caer. En el 86 hubo asesinatos importantes, entre ellos, quemaron a un chico que era fotógrafo y era como Clemente; en septiembre hubo atentado que casi mata a Pinochet, entonces me parecía un buen momento para situar una novela. Además, ese año transcurre Tengo miedo torero, de Pedro Lemebel, el cual no me gusta mucho porque cae en varios clichés como sobrevalorar a la izquierda o pensar que los guerrilleros son mejores personas.   Preferí balancear la historia.

En comparación de libros tuyos anteriores como Mala onda o RabiaCiertos chicos es más pop, ¿no?

No sé, eso podríamos discutirlo. Tal vez Ciertos chicos es super pop, pero lo que sí tenía claro es quería un libro romántico, Jane Austin para chicos. Una novela que pudieran leer hombres, pero sobre todo mujeres. Recuerdo que me llamó la atención descubrir que mis alumnas de literatura leyeran novelas románticas o por japonés, eso me pareció interesante.

¿Por qué necesitabas escribir algo así después de un libro controvertido como Sudor?

En México, Sudor me trajo muchos problemas por el tema de Carlos Fuentes, no gustó o no se quiso que se gustara. Más allá de México, es una novela muy carnal, una historia gráfica y casi porno. Ahora quise hacer todo lo contrario, algo tierno y casi pudoroso porque creo que eso provoca tensión.

Encuentro en Ciertos chicos un aire de la escritura de Nick Hornby con Alta fidelidad o Súbele al volumen.

Esos ambientes me fascinaban más que las siete maravillas del mundo. La idea de tener una disquería o librería increíble me encantaba. Probablemente nunca existió en Chile una disquería como la de Alta fidelidad, pero ¿porqué no inventarla? Todo mundo tiene derecho a crear su propio mundo y yo fui feliz con esas fantasías.

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