15 de abril de 1957: México probó el sabor del llanto, murió Pedro Infante

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En la historia de México hay fechas que duelen, que se sienten como una herida abierta en la memoria colectiva. Una de ellas es, sin duda, el 15 de abril de 1957. Ese lunes negro, mientras el país despertaba entre tazas de café y transmisiones matutinas de radio, una noticia estremeció a millones: Pedro Infante, el ídolo de México, había muerto en un accidente aéreo. Bastó una frase entrecortada al aire para provocar un silencio que se propagó como eco por todo el territorio. En minutos, el bullicio de los mercados, el vaivén de las plazas y hasta las carcajadas en las cantinas se apagaron.

La tragedia ocurrió en Mérida, Yucatán. Pedro, quien además de actor y cantante era un apasionado piloto con licencia comercial, abordó esa mañana un Consolidated B-24 convertido en carguero, con destino a la Ciudad de México. Eran las 7:00 a.m. cuando el avión despegó. No pasaron ni cinco minutos antes de que se desplomara sobre el barrio de Villas de Pacabtún, provocando una explosión que sacudió a la ciudad. Los restos ardían entre el concreto. Lo que quedaba de la cabina era irreconocible. El fuego no solo consumió el fuselaje: también encendió el inicio de un duelo nacional.

Horas después, la confirmación oficial fue un golpe directo al corazón del país: entre los restos estaba el cuerpo de Pedro Infante. Llevaba consigo su identificación como capitán segundo. Fue la certeza que nadie quería tener. La noticia se expandió por telegramas, boletines radiales, y titulares de prensa que usaron palabras como “irreparable” y “tragedia nacional”. México cayó en un luto sin consuelo. La radio, que tantas veces había transmitido su voz, se llenó de boleros y canciones rancheras en tono de despedida.

Pedro Infante: ícono de la identidad mexicana

Pedro Infante no era solo una figura pública; era un símbolo nacional.